Ruta por Tella y la ruta de las ermitas
De nuevo por la Comarca del Sobrarbe, esta vez a las puertas del Parque Nacional de Ordesa, concretamente en el pintoresco pueblo de Tella (sobre 1400 m), en las mismas faldas de la Sierra de las Sucas, con unas vistas excepcionales sobre el macizo de Monte Perdido (3348 m), la imponente mole calcárea de Castillo Mayor (2014 m) y que teníamos justo enfrente, las Gargantas de Escuain y Revilla, el valle del Cinca en el fondo, y la cercanía de la Peña Montañesa (2295 m), Punta Llerga (2267 m), el macizo de Cotiella (2912 m) y las estribaciones de los montes de Eriste y collado de Sahún por su parte noreste (2500/3000 m). Todo un espectáculo paisajístico.
La excursión de hoy, 27 de junio de 2016, se ha centrado en lo que es el pequeño recorrido de las Ermitas de Tella (unos 2’5 km, aproximadamente) y en visitar el Centro de Interpretación del Oso, además de la Cueva del Oso cavernario. Por supuesto, también hemos paseado por la única calle del pequeño pueblo.

El núcleo urbano de Tella se desarrolla en torno a una sola calle, protegido por la Peña Cazcarra de los rigores del frío, con sus tradicionales casas de estilo pirenaico (fachadas de piedra y pocas aberturas al exterior, tejados de losas y altas chimeneas culminadas con sus respectivos espantabrujas decorándolas). A destacar el signo protector de “la cruz” grabada sobre las piedras del dintel de las mismas puertas de entrada o ventanas, así como en la fuente. Pertenece al municipio de Tella-Sin, del que forman parte las pequeñas poblaciones de: Tella, Sin, Badaín, Hospital de Tella, Lafortunada, Revilla y Salinas de Sin.







Tella es una encrucijada de caminos, por donde discurren los GR-15 y 19, además de los PR HU-137, 138 y 39, y algunos otros que pasan a no mucha distancia.

La iglesia parroquial de San Martín (siglo XVI), situado en uno de los extremos de la calle, es el punto de inicio y final de esta preciosa ruta de las ermitas.


La ruta circular, que nos llevará a visitar las ermitas, transcurre por una preciosa senda bajo una espesa vegetación de arbolado y arbustos de todo tipo, en los que sobresale el boj. Las ermitas están dispuestas a modo de “anillo protector” para defenderse de las brujas y sus aquelarres, los cuales, según la leyenda, efectuaban en el cercano Puntón de las Brujas.




La ermita de San Juan y San Pablo (siglo XI), uno de los templos románicos más antiguos de Aragón, presenta un ábside cubierto por bóveda de cuarto de esfera y las techumbres del presbiterio y el interior del ábside presentan unos arcos de características apuntadas, que indican bien pudo sufrir alguna reforma allá por los siglos XII/XIII. Bajo el templo existe una cripta y las dovelas de la puerta de entrada son de piedra tosca o toba. Se ubica bajo el mismo Puntón de las Brujas, dominando el fondo del valle del Cinca y las Gargantas de Escuaín y Revilla surcadas por el río Yaga.





La ermita de la Virgen de la Peña (siglo XVI), de bóveda de cañón, fue destruida durante la pasada guerra civil y restaurada en los años finales del pasado siglo XX. Es un buen punto de observación de aves, sobre todo de los quebrantahuesos.






La última de las ermitas visitadas, la de Fajanillas (cuyos orígenes se remontan al siglo XII), fue remodelada en el siglo XVI, añadiéndole la torre de planta cuadrada. Durante una buena parte del siglo XVI, fue la iglesia parroquial de Tella, hasta que se construyó la actual de San Martín. Este templo también sufrió desperfectos durante la pasada contienda civil y fue restaurada a finales de los años 90 del pasado siglo.




Por falta de tiempo no hemos podido visitar el Museo de las Brujas, pero no dejaremos de hacerlo en una próxima ocasión, pues tenemos varias rutas pendientes por este bello entorno.

Sí hemos visitado el Centro de Interpretación del Oso y la Cueva del Oso cavernario, la cual dista a unos dos kilómetros de la localidad. Interesantes las explicaciones que nos han dado sobre la vida del oso cavernario, así conocemos que tenía una longitud de 2’5 metros, pudiendo llegar hasta los 3 m, que podía llegar a pesar hasta mil kilos y que, fundamentalmente, era herbívoro, aunque, en ocasiones, completaba su dieta con pequeños animales y llegaba a hibernar entre 3 y 6 meses. La existencia de este oso coincidió con la Glaciación Würm en el Pleistoceno Superior. No está clara la extinción del mismo, que bien pudo ir ligada a la propia expansión del hombre del Neanderthal y del Homo Sapiens o fue debida a una propia selección natural de la especie, y también, como no, a una conjunción de ambos casos.

La visita a la Cueva del Oso cavernario fue toda una experiencia, comenzando ya desde las espectaculares vistas que se tenían desde la misma entrada a la cueva. Se trata de una cavidad kárstica de unos cien metros de profundidad más o menos, que consta de dos galerías a distinta altura, donde se pueden apreciar claramente los antiguos cauces de las corrientes de agua que discurrían por su interior. Nada más entrar a la cueva, se desciende a una especie de sala, cuyas paredes están revestidas por una gran colada calcárea; son destacables la serie de formaciones geológicas que pueden observarse en su interior, desde “coladas, estalactitas, estalagmitas, columnas, banderas, ….”, que suponen toda una lección de geomorfología subterránea. No estaba permitido hacer fotografías en su interior, así que no hicimos ninguna.





Mucha humedad en el interior de la caverna, con una temperatura ambiental alrededor de los 10/14º C, y el yacimiento de los huesos de los osos cubierto de barro. Pudimos ver todavía algunos huesos incrustados en las coladas calcáreas. Imposible caminar erguidos todo el tiempo, pues teníamos que andar agachados. Duras las condiciones de excavación, con frío y humedad constantes. Nos dijeron que las excavaciones están solo al 15 %. Esta cueva fue explorada por primera vez a mediados de 1970, dentro del desarrollo de una campaña de exploración del macizo del entorno de Escuain. En el año 1976 se llegó a realizar ya una exploración completa.

Nos despedimos de la población, momentáneamente eso sí, con la obligada visita al “Dolmen de Tella”, una representación de lo que fue la Arqueología Neolítica. Los dólmenes, al igual que los menhires, corresponden a un fenómeno cultural llamado “megalitismo” (mega: grande; lithos: piedra), relacionado con ritos funerarios o religiosos, pudiendo datarse a partir del V o IV milenio a.C.
