Rutas para descubrir La Fueva (II)
Ruta circular por La Fueva, en lo que es el Fosado Alto/Fosau Alto, con inicio y final en Moliniás, pasando por La Mariñosa, la ermita de San Jorge, las aldeas de La Mula y La Muera y el Monasterio de San Victorián.
1-dic-2019 — Itinerario: 11’34 km — Desnivel acumulado: 484 m
Seguimos visitando La Fueva, esa depresión o cubeta que se extiende a los pies de la Sierra Ferrera por su cara más meridional y al abrigo de los fríos vientos que se desprenden del cercano Macizo de Cotiella. Un áspero bosque de carrascas viene a cubrir, como una gran sábana verde, las laderas de la sierra hasta que comienzan a aparecer las rocas calcárea, grisáceas y arrugadas que llegan hasta lo más alto y dan comienzo las zonas de pastos para el ganado —las llamadas estivas—. Las partes más bajas, en suave descenso y entre rellanos y sasos al pie de la sierra y de la Peña Montañesa, están recubiertas de poblados robledales, que hoy presentaban unos bonitos colores de otoño —de amarillos tostados— que embellecían el entorno.
Primero sol, después niebla y…, al final, ha ido clareando el día —aunque no del todo— al imponerse la luz solar; no obstante, grandes greñas de nubes se aferraban a los montes, dejando entrever en ocasiones los altos de los montes. La Peña Montañesa ha sido cara de ver hoy, pues ha estado tapada la mayor parte del tiempo.
Moliniás
Inicio y final del paseo. Pequeña aldea, de apenas tres casas, alguna de las cuales está dedicada a Casa Rural. Destaca la capilla de Santa Ana (siglo XVIII). Bajo la protección de la Sierra Ferrera y con buenas vistas sobre La Fueva.
La Mariñosa
Para llegar a esta solitaria casa hay que cruzar un barranco desde Moliniás, que bajaba con buen caudal. Un viejo camino entre paredes de piedra nos conduce hasta ella. Habitada y muy bien conservada, al inicio de la ladera margosa que nos conducirá hasta lo más alto del cerro testigo en que se hallan la ermita de San Jorge y la aldea de La Mula.
El camino de ascenso que nos lleva hasta La Mula, nos muestra unas buenas panorámicas sobre el fondo del valle de La Fueva y laderas de la Sierra Ferrera, con una vegetación de colorido otoñal. La niebla, no obstante, a medida que vamos ganando altura, cada vez hace notar más su presencia, aunque, afortunadamente, no por mucho tiempo.
Una vez hemos llegado a lo alto del collado, cuyo camino se prolonga hasta La Muera, nos dirigimos a la ermita de San Jorge, que se halla en la parte superior de un abrupto resalte calcáreo donde abundan los bojes. Desde aquí se tienen que contemplar unas excelentes vistas paisajísticas, lo que no podemos confirmar pues la niebla en esos momentos estaba en su pleno apogeo.
La ermita de San Jorge (siglo XVIII) está en desuso y ha servido como refugio de ganado. Parece ser que, por los alrededores, antiguamente se levantaban edificaciones y estuvo habitado el espacio, como lo prueban la buena cantidad de piedras amontonadas que vamos encontrando al paso y que nos indican allí pudieron existir algunas edificaciones o viviendas.
La Mula
En lo alto del otero o cerro testigo, donde todavía quedan en pie varias casas de piedra. Todavía habitado. Cuando llegas aquí pareces retroceder al medievo. La capilla de San Bartolomé (siglo XVII), es uno de los edificios más significativos, aunque sin utilizar y en situación de abandono. Aquí vivió José, protagonista del libro de Severino Pallaruelo: ‘José, un hombre de los Pirineos’, cuya lectura recomiendo, pues te muestra un sistema de vida ya perdido.
Durante el recorrido podemos observar como es la geografía del Sobrarbe, con difíciles relieves que condicionaron el sistema de vida de las gentes que por aquí habitaban y su desarrollo económico. Tenían que ganar terreno al bosque, se producían roturaciones y escalios, sembrando lo que podían y dejando parcelas en barbecho. Para subsistir, era prioritario poner tierras en cultivo, por poco espacio que tuvieran. Junto a las casas, se hacían pequeños huertos y se lograban algunas pequeñas tierras en regadío a orillas de los barrancos.
Soporte fundamente de la economía fue también la ganadería. Los grandes rebaños de ovino hacían sus anuales ciclos trashumantes, subiendo en verano a las estivas/estibas en lo alto de la sierra, donde abundaban extensos y verdes tascales.
Para continuar hasta La Muela, tenemos que pasar por lo que fueron los antiguos huertos —aún hay alguno que todavía se cultiva— de La Mula, y seguir por la senda que nos llevará a salvar el barranco de los Tormos por unas pronunciadas laderas margosas y erosionadas en las que tenemos que extremar la precaución después de las últimas lluvias caídas. Un poquito antes de llegar a la aldea de La Muela nos toparemos con el PR-HU 43 que nos conducirá al Monasterio de San Victorián.
Monasterio de San Victorián
Un conjunto monástico con gran historia acumulada. Desde este lugar se regía la vida espiritual y temporal de las gentes de más de 54 lugares de Sobrarbe y Ribagorza. Está considerado como uno de los más antiguos de España (siglo VI). Los restos más antiguos que se conservan son del siglo XI —fue reconstruido por Ramiro I, primer rey de Aragón— habiendo tenido varias restauraciones posteriores.
Es Panteón Real, pues aquí se enterró al rey Gonzalo —hermano de Ramiro I—, que era hijo de Sancho III el Mayor. El rey Gonzalo tenía bajo su control los territorios de Sobrarbe y Ribagorza. También reposan los restos de Iñigo Arista, rey de Pamplona. Reinando Sancho Ramírez —durante la segunda mitad del siglo XI—, este enclave era el garante del poder monárquico en un territorio alejado de los centros del poder real, por lo que estaba consolidado y los monasterios ribagorzanos de Santa María de Obarra y San Pedro de Tarbernas quedaron convertidos en Prioratos dependientes de San Victorián.
Un lugar que contó con la protección de reyes y papas, siendo durante siglos el centro político, económico y espiritual de Sobrarbe, controlando, además, varias localidades de Ribagorza, Somontano e incluso algunas posesiones de Valencia. En el siglo XVI, al crearse el Obispado de Barbastro comenzó su decadencia. La desamortización de Mendizábal en el siglo XIX, supuso un duro golpe para su economía. En el siglo XX, durante la guerra incivil, fue expoliado, incendiado y bombardeado, decidiendo posteriormente repartir sus ornamentos y retablos entre otras iglesias del obispado, lo que originó que durante los traslados se efectuarán encajes para los nuevos sitios y sufrieran algunas modificaciones —por ejemplo, la sillería labrada del antiguo coro está en la iglesia de Boltaña—.
El lugar donde se halla ubicado, es proclive a grandes vientos debido a las perturbaciones atmosféricas relacionadas con las bajas presiones o depresiones que origina la propia Peña Montañesa. En el siglo XVIII, un huracán ocasionó buenos daños al monasterio.
Seguimos el PR antes citado y una vez superado el Collado Cruz Blanca, iniciaremos la bajada para la cerrar la circular, la cual, por cierto, era un auténtico barrizal.