Ruta de subida a Aguilar, desde Santaliestra (2)
Una ruta de ida y vuelta, entre Santaliestra y la ermita de San Saturnino, pasando por el despoblado de Aguilar.
26-dic-2022 — Distancia: 9’54 km — Desnivel acumulado: 593 m
Hacía más de siete años que no visitaba el despoblado de Aguilar (ver post de entrada en el Blog: Ruta entre Santaliestra y Aguilar) así que había que volver, ya tocaba, pero esta vez alargando la excursión hasta la cima de un pequeño y dominante otero donde se ubica la ermita de San Saturnino.
Hasta el pueblo de Aguilar, desde Santaliestra, hay unos tres kilómetros de subida. Un poco más de una hora por una senda que gana altura sin descanso. Un viejo camino que fue la principal vía de acceso y muy transitado cuando había vida por estos parajes, aunque hoy en profundo silencio; un silencio al que hay que prestar atención, pues es intenso lo que llega a contar. A tramos todavía permanece el primigenio empedrado.
Poco a poco la vegetación va ganando terreno, hay árboles caídos que dificultan el paso y obligan a abandonar por un momento la senda. La erosión también está haciendo mella en él. Antiguas paredes de piedra repletas de musgo debido a la humedad, que soportan unos estrechos y pequeños bancales repletos de arbustos de todo tipo y que, a veces, se mimetizan con el entorno como marcando los linderos.
El pueblo se asienta sobre una potente placa de conglomerado, como si de una atalaya solitaria se tratara convirtiéndola en una posición visual privilegiada sobre el valle de Comunet, bien visible desde los abandonados y arruinados núcleos de Abenozas, Torruella de Aragón… y el cercano Castillo de Fantova. Toda una ventana a la profundidad de los innumerables barrancos que excavan el valle, donde se han dejado sentir con especial fuerza las huellas humanas en la modelación de las lomas y laderas por las necesidades de las gentes que por aquí habitaron.
La llegada a la iglesia de Ntra. Sra. de la Concepción (siglo XVI) con su frugal y modesto cementerio adosado, resulta ser parada obligatoria. La torre permanece enhiesta con una campana que todavía asoma por una de las ventanas del campanario. Su interior ya empieza a sufrir las inclemencias del tiempo, en alguna de las capillas los techos comienzan a hundirse, las grietas recorren sus muros, la integridad del templo comienza a estar en entredicho. Allí permanecen los bancos en cuyos respaldos se inscribieron los nombres de las casas del pueblo, colocados por orden de la importancia social de sus propietarios.
Aguilar fue un pueblo de mucha vida, llegó a superar con creces el centenar de habitantes. Quedó abandonado en la década de los años setenta del pasado siglo. El no tener un acceso rodado en condiciones acabó con él. Todavía están medianamente transitables los trazados de sus calles; cada casa tenía su dueño, con fachadas que todavía permanecen en pie y sus jambas y dinteles de piedra en sus puertas y ventanas, algunas incluso epigrafiadas, que los antiguos habitantes o descendientes que todavía viven no pueden olvidar. El paso del tiempo aquí significa ruina y pone nombre a tanto muro y techos caídos de forma clandestina.
El pozo-fuente del pueblo manaba y visitamos la balsa donde se guardaba el agua para dar de beber a los animales y poder cultivar algunas hortalizas.
Continuamos el ascenso hasta la ermita, nos habían dicho que debíamos prestar atención a unos hitos de piedras, pues el camino de subida estaba desaparecido. Suelos de piedras areniscas, conglomerados, margas y arcillas, laminaban la fertilidad de estos suelos oprimidos por una arisca geología. Estrechos bancales y otros no tan estrechos, robaron unos aterrazamientos a las laderas del pequeño cerro y que hoy vuelven a disolverse y a integrarse en el conjunto, invadidos por unos matorrales de ramas bajas y espinas rebeldes que parecen invitarte a que no sigas, pues el camino se ha evaporado.
La ermita de San Saturnino o de San Martín, es de estilo románico y del siglo XII. Una gran desconocida, en parte por la falta de una señalización adecuada. Parece ser, formaba parte de alguna fortaleza; a su alrededor hay amontonamientos de piedras que obedecen a edificios caídos. Es posible que el poblado antiguo de Aguilar estuviera situado aquí y con el tiempo se reubicó donde se halla ahora.
Impresionantes las vistas paisajísticas desde la ermita, mires donde mires, ya sea sobre el valle del Ésera, Macizos de Cotiella o Baciero o sobre el alejado cordal pirenaico.
No quedas indiferente a la vida dura, exigente e inflexible que tuvieron por estos parajes sus antiguos moradores. Unos lugares que nunca fueron un edén y en el que se aprovechaba al máximo lo que la tierra les ofrecía, a la que conseguían arañarle palmo a palmo unos terrenos escabrosos y pobres, teniendo que adaptarse, sin más pretensiones, a una existencia difícil que se basaba en la supervivencia, sin más.
Un lugar al que quiero volver y espero no tardar tantos años. Bien vale la pena su visita.
