San Martín de la Bal d’Onsera
Un paseo por la sierra de Guara para conocer la ermita de San Martín de la Bal d’Onsera
15-feb-2017
Acercarnos a la ermita de San Martín de la Bal d’Onsera, es como disfrutar de un destino de primerísima fila dentro de lo que es el Parque Natural de la Sierra de Guara. La caminata de hoy, de ida y vuelta, entre San Julián de Banzo y la ermita de San Martín de la Bal d’Onsera, nos ha permitido disfrutar de unos espectaculares rincones paisajísticos, tales como el fondo de unos pétreos barrancos y unas escarpadas laderas de vegetación y abundantes gleras, con el añadido de unas verticales paredes de calizas y conglomerados de unas líneas casi imposibles de dibujar, con sus estrechos pasos.
La tarjeta de la máquina de fotos me ha jugado una mala pasada, no pudiendo realizar ninguna fotografía en el día de hoy. Todas las fotos que se incluyen en este post son de mis compañeros de excursión que, amablemente, me han prestado, e incluso he llegado a tomar alguna prestada de otro blog o página de internet.
La Sierra de Guara resulta siempre sorprendente, ¡es genial! Un territorio abrupto, escarpado y rocoso, donde se cambia de perspectiva con relativa facilidad. Su accidentada orografía, la curiosidad de la misma y las dificultades que, a veces, impone el recorrido para poder atravesarla, es lo que la hacen maravillosa e incluso mítica. No siempre hay que acometer grandes ascensiones para disfrutar de los incontables barrancos que la han horadado y moldeado su relieve, con sus simas, cuevas y lapiaces, con unas laderas de fuerte desnivel y fieros precipicios, siempre capaces de impresionar a los caminantes. A veces basta con dar un simple paseo para que éste pueda terminar súbitamente sobre un alto risco delimitando a todo un gran cañón fluvial. En el interior de la Sierra de Guara existe como una especie de mundo interior, que, simplemente, está esperando que lo vayas a conocer para ir descubriendo poco a poco y sin prisas.
El inicio lo efectuamos en un pequeño aparcamiento, a la afueras del pueblo de San Julián de Banzo (Comarca de La Hoya de Huesca/Plana de Uesca), el cual se halla señalizado. Estamos en la estribación sur de la llamada sierra de Gabardiella, en la cual nos adentraremos de inmediato al poco de comenzar la marcha. La primera vista que se tiene es la de la Cresta de la Cobeta (1342 m), una buena formación pétrea de conglomerado y calizas, a modo de vigilante muralla.
La subida a la ermita, en un principio la hacemos siguiendo el pedregoso y seco cauce del barranco de San Martín, aunque, de vez en cuando, nos encontramos con alguna que otra surgencia.
Al llegar a la “puerta del cierzo”, nos desviamos a la derecha y continuamos por una empinada senda que, a base de una sucesión de pequeñas lazadas por entremedio de una poblada vegetación de encinas, bojes y robres, llegamos a la denominada peña quemada, lugar donde existe una vieja lápida de cerámica que nos recuerda a un joven de Barluenga que perdió su vida en el siglo XIX.
En este lugar, tenemos que decidir si la ascensión al Collado de San Salvador la hacemos por el llamado “paso de la viñeta” o por “la senda de los burros”. A partir de este punto, el grupo de los caminantes se divide, unos deciden hacer el “paso de la viñeta”, el cual no es aconsejable para aquellas personas que tienen algo de vértigo, y el resto “la senda de los burros”, más seguro aunque más largo y con empinada pendiente (la denominación de “los burros” viene dado porque las caballerías utilizaban este paso en los días de romería). Nos volveremos a encontrar en lo alto del collado.
El Collado de San Salvador, antesala de la bajada a la ermita de San Martín, es un mirador que impresiona y es sobrecogedor, donde comienzas a sentir la especial magia del entorno que nos rodea. Unos verticales mallos de piedra caliza, dan la sensación de hallarnos ante una gran catedral de piedra. Graznidos de aves, vuelos de buitres y otras rapaces, …… atraen nuestra atención. En lo alto de este collado, todavía quedan los restos de lo que fue la ermita de San Salvador, lugar donde también se dejaban las caballerías cuando los devotos llegaban por la senda de los burros.
El Cretácico Superior (hace unos 100 mills/años), y el Eoceno (unos 50/60 mills/años), fueron las epócas donde se fueron conformando los armazones calizos de estas sierras (conocido también como formación de Guara). También proliferan los conglomerados, que vienen a romper con bastante facilidad, a pesar de su dureza, como hemos podido comprobar durante el recorrido, pues las viseras quiebran cuando llegan a sobrepasar unas determinadas dimensiones; es continuo el desgaste, con desprendimientos de placas y cantos sueltos que crean bastante riesgo, especialmente en los días de lluvia o ventosos.
A finales del período Terciario, en el Plioceno (hace unos 5/6 mills/años), al comenzar el vaciado de la gran cubeta que formaba la depresión del Ebro, llevó aparejada la inseparable gran erosión que conllevó el transporte de centenares de metros de sedimentos. En las sierras, el agua fue tallando, de forma lenta pero inexorable, a través de los conglomerados y calizas unos profundos cañones en el relieve orográfico, generando complejos sistemas de cavidades, simas, galerías, dolinas, surgencias y manantiales, así como las imponentes paredes verticales y mallos.
Solo nos quedaba bajar a la ermita de San Martín, situada en el fondo del barranco de igual toponimia, y que no puede divisarse desde lo alto del Collado de San Salvador. Una retorcida senda por desnivelada vertiente, con sirgas para agarrarnos, nos llevará hasta las profundidades más insospechadas, parece como si estuviéramos bajando a una especie de olvidado y perdido intramundo.
Una vez llegados al cauce del barranco, viene a mitigarse un tanto la crudeza del paisaje, pues la vegetación hace acto de presencia y los árboles se desarrollan aprovechando las sombras y humedad del lugar. Nos encontramos ante un imponente circo pétreo, cuya única vía de escapatoria es por donde hemos llegado.
Este alejado lugar fue fundado por San Urbez, precursor de la escuela del eremitismo en montañas grandes, de difícil acceso y lugares muy fríos, nevados en invierno. Ascético y tranquilo es este pequeño oasis. La llegada a este sitio humanizado, en un entorno tan montañoso y áspero, hace que nos recreemos en lo que tenemos ante nosotros. Una cercana y pequeña cascada, remata la brillantez del sitio.
Da la sensación como si nos encontráramos ante los restos de una civilización perdida, lo cual se acrecienta al pensar que este mismo lugar albergó congregaciones religiosas que habitaban el santuario y el entorno, además de servir como de refugio para el remedio de matrimonios infértiles que, de distintas condiciones sociales, llegaban aquí en busca de la fertilidad.
A pesar de que hace mucho tiempo este lugar quedó abandonado y deshabitado, parece como si estuviera envuelto por el halo de la espiritualidad, la cual ha dejado su impronta.
Durante la pasada contienda civil, algunos “iluminati” tuvieron la “gran idea” de destruir y quemar lo poco que quedaba y que podía haber representado el sentir de unas gentes que venían al encuentro consigo mismo y con Dios, a través de la meditación y el aislamiento.