Ruta circular por Capella y Graus
Ruta circular por las estribaciones de la sierra de Laguarres, con inicio y final en el puente medieval de Capella, subiendo por La Canal y bajando por la ermita de San Bartolomé, para pasar junto a la arruinada aldea de Portaspana. Con buenas vistas sobre Graus.
16-oct-2022 — distancia: 13’15 km — desnivel acumulado: 483 metros.
Un paseo en el que se compagina el PR-HU 124, con la senda de subida a la ermita de San Martín de Capella (siglo XII) y el paso de La Canal, las sendas de los Miradores de Graus y tramos de los GRs 1 y 17, que, en algún momento, comparten itinerario.
El puente medieval de Capella sobre el río Isábena (siglo XIII) ha sido el punto de inicio y final de la excursión. Un puente de bella factura y arcos de medio punto, en forma de lomo de asno. Silencioso protagonista del paso del tiempo y de muchos aconteceres históricos.
El primer tramo, hasta la ermita de San Martín, es una ruta entretenida y divertida. Un buen número de figuras de animalitos hechas con piedras animan el recorrido. Vale la pena. Buena labor la realizada por Quinón de Capella, quién, además, se encargó de limpiar el entorno de la ermita y de mantener las sendas en buen estado.
No llegamos a acercamos a las ermitas de Santa Eulalia y de San Martín, pues seguimos la senda de subida a través de La Canal. Esta es una ruta para no calcular los tiempos, no importa llegar unos minutos más tarde; hay que saborearla sin prisas.
Vas por la empinada senda, admiras el curso de los barrancos excavados por la erosión y sientes como se encabrita el corazón. Disfrutas de las vista de unos valles cargados de historia, aprecias la belleza del otoño, aunque aquí no puedas percibir la variedad cromática que hay en otros sitios con la caída de las hojas; tocas y sientes la fuerza de unas piedras y caminos milenarios, contemplas en silencio el vuelo de las rapaces, el salto de alguna ardilla entre los árboles o el brinco asustadizo de un corzo. Sabes que formas parte de la naturaleza.
Recuestos entre las verticales paredes de potentes paquetes de conglomerado, que alguna vez sirvieron de refugios y apriscos para el ganado. Antiguos lagares excavados en las piedras que servían para extraer los primeros mostos de las uvas, puesto que este era un terreno donde abundaba el viñedo. Caminos que nos podrían explicar las idas y venidas de los vecinos de cuando iban a trabajar al monte o se desplazaban hasta los pueblos más cercanos, tras agotadoras jornadas.
Mientras vas cresteando por el lomo de la sierra, te relajas con la visión de lo que fue el antiguo “Valle Magna” en el siglo XI, un lugar donde acababa el primigenio Condado de Ribagorza y daba comienzo el al-Alandalus, una vasta extensión de terreno defendido por los castillos de Perarrúa y Fantova y donde se unen, llegando a Graus, los bravos y valientes ríos Isábena y Ésera, precursores en tiempos pasados de avenidas impredecibles al estar cebados por inmensas barranqueras a lo largo de sus recorridos, dos ríos que fueron durante muchos siglos los principales ejes de comunicación para los ribagorzanos. Un territorio al que le dieron su sentido los ríos, y se lo siguen dando, y que tiene que luchar contra “viento y marea”: el viento es la administración, la marea la indiferencia.
Un inmenso campo visual se abarca desde lo más alto de Las Forcas (un lugar donde se ejecutaba a la gente, de ahí su nombre) pudiendo llegar a embargarte como de una fatiga profunda, aunque no física. Buenas vistas sobre el pueblo de Graus y todo su entorno paisajístico.
Puede comprobarse como la naturaleza se ha recuperado con violencia, dispuesta a difuminar cualquier vestigio o trazado humano. Profundos barrancos pintados de verde, sin los que no existirían los abruptos parajes. Espesos bosques de caixigos y carrascas que tratan de recuperarse del hacha de los tiempos, árboles que fueron hogar, calor, sustento, botica… y que nos dieron vigas, maderos, leñas, carbones vegetales, bellotas, utensilios domésticos…
Ves el pantano de Barasona, hoy de color amarronado y con poca agua remansada, acuciante la falta de lluvia. Un embalse que se construyó durante el primer tercio del pasado siglo para aplacar la sed de los secanos en las llanuras orientales y del sur de la provincia. La vista de este gran almacén de agua, aunque ahora esté casi vacío, puede proyectar una imagen un tanto ilusoria, ya que desenfoca el problema social que hubo y los inevitables costes humanos y paisajísticos que tuvieron que pagarse en su día, abriendo una profunda herida social y cuya brecha todavía no ha cicatrizado del todo.
La bajada hasta la ruinosa ermita de San Bartolomé, para coger el GR 1 y 17 que nos llevará de nuevo a Capella, es gravosa y muy pendiente; hay que extremar las precauciones, ¡cuidadín! Pistas forestales entre repoblaciones de pinos que borraron las huellas humanas, alguna edificación devorada por la vegetación y muretes de piedras jalonan los caminos. Pasaremos también junto a las ruinas de lo que fue la aldea de Portaspana, una aldea que perdió el pulso del tiempo sufriendo el abandono.
Y como colofón a la mañana senderista, una estupenda paella en el merendero de Capella, a orillas del río Isábena, junto al puente medieval.
