Carta a quién sea…

Carta a quién sea…

Es una dádiva de la naturaleza la contemplación del paisaje desde los altos, donde un mirador habilitado permite disfrutar de los cercanos vértices de los picos y de sus escarpadas y acanaladas laderas en las que, según la hora del día, se suceden unas creativas explosiones de luces y sombras mezcladas entre las rocas descompuestas y aristas vivas, semejando en la lejanía unos desgarradores y potentes arañazos de afiladas uñas de no se sabe quién, así como del profundo valle que se abre bajo los pies. Ante mí, un espléndido pico de forma piramidal con su base de anchura regular y que va disminuyendo insensiblemente hasta concluir en forma de diamante.

Laderas desnudas, de colores amarronados y grisáceos para la época en que estamos, dan forma a la cubeta de un antiguo circo glaciar, excavado por una serie de barrancos en su descenso desde lo alto de los collados, aunque bajan silenciosos por la falta de lluvias de los últimos meses, las cascadas no pueden deleitarnos con sus juegos de saltos  y el estrépito bronco de otras veces, cuando intentan proclamar la grandiosidad de unos montes que les dan su ser y la de los valles en cuyo seno se refugian.

 

Durante los fríos meses de invierno que se avecinan, estos altos y sinuosos parajes, serán el remanso de las nieves y quedarán representados unos interminables paisajes blancos, como si de un gigantesco mar con sus olas se tratara. El manto de nieve lo cubrirá todo, borrará las largas, blancuzcas y pisoteadas sendas que ascienden en zigzag desde el fondo del valle, que se parecen más bien a unas interminables culebras que, alejándose y enroscándose por entre las rocas, van en busca de los recovecos que faciliten la subida. Con la llegada del buen tiempo, todo volverá a su ser, a reverdecer de nuevo.

 

En este lugar hay que echar la imaginación a volar, para deleite de sus propias fantasías en unos espacios irreales, ora mirando aquellas rastreras nubes plateadas, ora mirando emocionado el profundo precipicio. Las fantasías cuentan con espacio suficiente, pueden correr, volar o juguetear alegremente por donde mejor les apetezca. Pequeñas ráfagas de aire, me mantienen alerta y vienen a recordarme el lugar donde estoy.

 

Poder disfrutar de la melancolía y del silencio de los valles, sin que nada ni nadie me interrumpa, con un gran cuadro paisajístico a mi disposición, es algo imposible de reproducir en unas pocas frases que, además, iban a resultar insuficientes. El momento invita a la reflexión, me siento embargado por una emoción carente de ideas, pues estoy sobrecogido por una cosa novedosa y hermosa. Son instantes que fecundan la inteligencia, que vienen a desarrollar las partes más ocultas del cerebro en una misteriosa sucesión y concepción de pensamientos, que, algún día, cuando menos los espere, volverán a resurgir al ser llamados por la memoria. Son momentos en los que no se piensa, tampoco se razona.

 

Me estremezco, solo de pensar que cuando la niebla comience a extenderse por estas cumbres, con sus jirones de nubes inquietas, agrisadas y oscuras, haciendo desaparecer los coloridos y puntos de referencia, un silencio de muerte se hará dueño de los espacios, la vista se turbará y la animosidad quedará conmocionada, con un penoso malestar en nuestro interior como preludio del miedo.

 

Todo un premio poder disfrutar de estos excelentes panoramas. Tener las nubes bajo mis pies, con los rayos de luz desparramándose sobre el fondo del valle y allá, a lo lejos, lugares donde poder confundir grandes bosques con pequeñas matas, ver los pueblos como grupos de ladrillos apilados o de piedras labradas, rodeados de campos que se representan como pequeñas cintas de verdores variados, además de esos hilos plateados que son los ríos, unas veces más grandes y otras más delgados, los vehículos sobre la carretera que parecen de juguete y los hombres como hormigas. ¡Un privilegio!…

 

Tengo diversidad funcional, de movilidad reducida. Esta carta, con destinatario desconocido, solo quiere expresar mis sentimientos, pues, a pesar de estar atado de por vida a una silla de ruedas, producto de un accidente de tráfico, quiero escapar de los privilegios de las zonas de confort y vivir experiencias, aunque, eso sí, siempre acompañado.

 

Al principio, me asaltaron los miedos, no sabía cómo iba ser mi vida a partir de aquéllos momentos fatídicos. Poco a poco, superé mis temores, tenía que hacer algo y ¡aquí estoy!… disfrutando de la vida y aprovechando las posibilidades que me brinda, repensando cada día las relaciones que tengo con mi cuerpo y con el resto de la gente.

 

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