Ruta circular por Rodellar
Ruta circular por el Valle de Rodellar, con inicio y final en Rodellar.
20-mar-2019 — 10 km — 665 m de desnivel acumulado
Descenso hasta el cauce del río Mascún, donde las surgencias afloran unas límpidas aguas, y luego ascender por el angosto barranco de las Gargantas —también llamado de Andrebot— hasta lo que es la pardina de Seral en el collado de San Cristóbal, en donde hemos girado hacia la izquierda para ir bordeando la peña Grau por Lobartas hasta descender al puente de las Cabras o de Coda sobre el río Mascún y desde allí dirigirnos al puente de Pedruel sobre el río Alcanadre, habiendo pasado antes por la unión de ambos ríos.
Nos encontramos en la parte más noroccidental de la Comarca del Somontano de Barbastro, que se introduce a modo de cuña entre las de Sobrarbe, Alto Gállego y Hoya de Huesca —una pequeña porción de territorio donde llegan a confluir las cuatro Comarcas—.
Estamos en pleno corazón del Parque Natural de la Sierra y de los Cañones de Guara. Terreno abrupto, de profundos barrancos y verticales farallones, donde prolifera la piedra caliza y le aporta un color un tanto grisáceo al entorno. Un lugar donde la erosión ha trabajado a su libre albedrío moldeando unos relieves espectaculares.
La bajada hasta el fondo del cauce del río Mascún ya nos depara unas bonitas panorámicas. Profundo barranco con zonas dedicadas a la escalada, paredes con abundantes cavidades y formas diversas en cuanto a su relieve —en una de las paredes, aparece una oquedad con la forma de un delfín—, la ermita de la Virgen del Castillo en lo alto, vías ferratas, surgencias de agua, … ¡Espectacular! ¡Y no hemos hecho nada más que empezar!
En vez de seguir por el Mascún, cogemos el barranco que baja por nuestra izquierda, llamado de las Gargantas o de Andrebot. Nos espera una bonita subida hasta el Collado de San Cristóbal por un estrecho congosto de verticales paredes y con abundancia de bojes. Había que ir con precaución, mucha piedra suelta durante el recorrido que nos obligaba a estar atentos.
Al llegar a la Pardina de Seral, en lo alto del Collado, tomamos una senda a nuestra izquierda con una espectacular visión de los estrechos del río Alcanadre en su paso bajo el Tozal del Cabezo (1870 m) —una vertical pared que impone solo de verla—. Bajo el Tozal de Nasarre (1403 m) se observan buen número de estrechos bancales que fueron dedicadas al cultivo en otras épocas —trabajar estas tierras, con la cantidad de piedras y desniveles existentes, debía ser ‘un castigo’—.
Bordeamos la Peña Grau (1117 m) por lo que es la pequeña meseta de Lobartas, donde abundan los arbustos de boj y un terreno calizo de piedras sueltas. Un amplio panorama paisajístico se abre ante nosotros: el barranco de Mascún —donde se pueden distinguir algunas de sus formaciones, como la ‘Cuca Bellosta’ por ejemplo—; la sierra de Balcez y sus imponentes crestas que ya hemos visitado; el Valle de Rodellar, surcado por las aguas del río Alcanadre; la sierra de Arangol y sus escarpes; y, al fondo, el cañón del río Mascún, antes de entregar sus aguas al Alcanadre.
El descenso hasta el río Mascún es un tanto penoso: mucha piedra suelta y con un fuerte desnivel en su tramo final hasta el puente de las Cabras o Coda (siglo XI/XV). Este puente es más antiguo que el de Pedruel, que hay más abajo, y, parece ser, en su tiempo sirvió para unir a los pueblos de Pedruel y Rodellar, aunque su paso debía ser complicado dada la orografía.
La senda que une los puentes de las Cabras o Coda y el de Pedruel, y que discurre por la margen izquierda del Mascún, nos muestra un excavado y espectacular cauce del río. Pasamos por donde se unen los dos ríos: el Mascún y el Alcanadre; casi no se ve, pues ambos discurren por estrechos y profundos cañones. Estamos justo enfrente de lo que es la impresionante garganta del río Alcanadre entre las peñas Grau y Castillazuala y las cortadas de los Tozales del Cabezo y Lacuna Alta. El ajuntadero de ambos ríos es un elaborado trabajo de la naturaleza y un resultado extraordinario, todo un paraíso para los aficionados al barranquismo.
Puente de Pedruel
Puente medieval, del siglo XVI, que cruza el cauce del río Alcanadre. Bonitas badinas de aguas verdosas y azuladas por los alrededores, apropiadas para el baño durante el verano.
Se asocia su construcción a la existencia del molino de Las Almunias aguas abajo. Un puente del medievo no muy ancho, porque los caminos en aquella época tampoco lo eran. Con un tablero cuyo perfil es el del ‘lomo de asno’, una tipología muy característica de los tiempos medievales que le aporta el de una espigada y elegante silueta. (El motivo principal de que los puentes fueran estrechos —que en algún caso hasta resultaba difícil el paso holgado de una carreta e imposible que se cruzaran dos— se debía a la menor dificultad al levantar los arcos y reducir la profundidad de las bóvedas, un inconveniente que se agravaba al incrementar el uso de las cimbras).
Los puentes, siempre, vienen a formar parte de unos tramos puntuales en los caminos. Se ubican en lugares donde hay obstáculos orográficos importantes y forman parte de las infraestructuras materiales en cuanto a las comunicaciones, resolviendo problemas que implican funciones concretas, tales como: comerciales, militares o simplemente viarias. Han sido elementos fundamentales en las redes viarias, formando parte de los caminos y haciendo más fácil la comunicación de los hombres y el tránsito de las mercancías e ideas.
Una serie de peculiaridades, en lo tocante a lo social, económico y táctico, solían converger en los puentes. Su construcción venía a suponer un alto coste dinerario que, solo era compensado, por el rendimiento que de él pudiera obtenerse. La explotación de los mismos podía llegar a suponer una saneada fuente de ingresos, además de contribuir al desarrollo del sistema productivo. Solo los poderosos estaban en condiciones de erigirlos, que también se beneficiaban de su rentabilidad, por lo que la obra en sí se convertía en un utensilio del poder y quedaba integrada en la dinámica social. Los impuestos de paso: ‘pontaje’ o ‘pontazgo’, eran los sistemas más eficaces de financiación.
Ya en la época romana se llegó a conferir a los puentes de un cierto contenido religioso, quedando impregnados de algunas manifestaciones de tipo pagano que luego la iglesia procuró cristianizar. Eran susceptibles de apropiación por la mentalidad popular, tanto en cuanto a la magnitud de la obra como por su persistencia en el tiempo. Su entorno, en ocasiones, se rodeaba de ciertos rasgos mágicos, que quedaban plasmados en las leyendas –solo hay que recordar la denominación de ‘Puente del Diablo’ que se da en algunos casos, y que siempre se referían a la participación de fuerzas ocultas y poderosas que habían acaecido durante su construcción—.