Ruta entre Villacarli y Beranuy
Ruta por el Valle del Isábena, entre Villacarli y Beranuy, pasando por la ermita de San Saturnino, Visalibons y el pueblo en ruinas de Raluy
Distancia: 13’17 km. Desnivel acumulado: 501 m
Recorrido un tanto elevado por las estribaciones del macizo de El Turbón, por los municipios de Torre la Ribera y Beranuy, con buenas vistas sobre el Valle del Isábena (antiguo Valle Riparcucense), por antiguos caminos milenarios flanqueados por unas paredes de piedra imperturbables al paso del tiempo y señalizado un buen tramo del trayecto como PR-HU 123.
Por los alrededores, ya habíamos efectuado algunos recorridos. Ver:
- Ruta por Las Vilas del Turbón y Villacarli
- Ruta entre Ballabriga y Beranuy
- Ruta entre Pardinella y Beranuy
- Ruta por Pardinella y La Puebla de Roda
Hoy visitamos los territorios de un incipiente Condado de Ribagorza, que llegaron a pertenecer de pleno derecho al área política de los antiguos condados carolingios. En torno a los siglos X/XI, el Condado de Ribagorza, se extendía hacía el sur desde los Pirineos, encajonado entre el Condado de Pallars, por su parte oriental, y las tierras del Sobrarbe por el oeste, hasta una hipotética linde no muy bien precisada, pero que era protegida por un serie de castillos levantados por los cristianos en algunos de los abundantes altozanos del pre-Pirineo, y que lo separaban por su parte más meridional de las provincias del al-Andalus, como eran la cora de Barbitaniya (con capital en Barbastro) y la cora Leridense (de Lérida), y entre ambas se hallaba la antigua Terra Labetolosano (Labitolosa) de la que no se precisaba su pertenencia, si a Barbastro o a Lérida.
Villacarli (Villa Carlle en el habla de la zona) —antigua Villa Carlo—
Punto de partida de nuestro paseo de hoy, donde destaca su iglesia parroquial de Santa María de la Asunción, con orígenes en el siglo XII, aunque fue restaurada a mediados de los años sesenta del siglo pasado. Pequeña población de casas arregladas, siguiendo el modelo que imperaba en la Alta Ribagorza —fachadas de piedra, tejados de losas y tejas árabes, puertas doveladas…— y donde existe un callizo —calle cubierta– que parte desde la plaza.
Pasaremos por el caserío de Santa Nulla y casa Magarrofas (siglo XVI) —de ‘maga’: campo, y ‘rozas’: canales pequeños abiertos en los campos para que discurra el agua— ambas muy cerca del punto de partida, antes de continuar la pista que nos ha de llevar hasta encontrar el PR-HU 123, muy cerca ya de la aldea de Casas de San Aventín.
El camino que nos llevará hasta la ermita de San Saturnino/San Sadurní, es una antigua vía de comunicación entre los núcleos que poblaban las estribaciones de El Turbón, sirviendo de paso, además, para alcanzar el importante, por aquél entonces, puerto de las Aras. Flanqueado por unas paredes de piedra, que se conservan en buen estado, atraviesa una serie de bancales ganados a las laderas de la montaña a base de muchas penalidades y que, al no ser trabajadas ahora, poco a poco van siendo de nuevo absorbidas por la vegetación, con el añadido de que las pequeñas construcciones auxiliares de piedra seca diseminadas por el monte también se encuentran en un estado avanzado de ruina; la mayor parte de estas pequeñas fajas de cultivo, a buen seguro no han conocido las labores mecanizadas de los tractores, tan solo las del esfuerzo físico humano y de los animales.
Ermita de San Saturnino/San Sadurní.
Con origen en el siglo XVI. Ha sido reformada hace unos pocos años. Lugar de romerías populares, donde se daban cita todos los pueblos de los alrededores. Situada sobre un pequeño altozano escalonado de pequeñas fajas de cultivo, justo en la intersección de los valles excavados por el río Isábena y el barranco de Villacarli, con unas buenas vistas sobre las cercanas sierras de Sis y del Chordal, y de los pueblos de Villacarli, Visalibons, Calvera, Beranuy, Biascas de Obarra,… y del arruinado Raluy —uno de los objetivos de nuestro paseo—; pueblos todos ellos venidos a menos dada la pérdida de despoblación que sufren —no me cansaré de repetir que, el mundo rural, es y ha sido, desde siempre, la gran asignatura pendiente de este país, que no se ha querido ni han sabido resolver; cuando se quiera reaccionar, si es que se quiere reaccionar, ya no habrá arreglo posible—.
Tres eran los ejes fundamentales, en el sentido norte-sur, que venían a definir la geografía del pequeño condado: los ríos Ésera —llamado en el siglo X y anteriores ‘Calonicha’—; Isábena —‘Isavana’; y Noguera Ribagorzana —‘Nuceriolam’—. Nos queda el río Baliera —‘Flumen Valeria’— que primero discurre en sentido norte-sur para luego girar hacia el este de forma trasversal al encuentro del Noguera Ribagorzana. Unas corrientes de agua camino del sur a la búsqueda de unos territorios que, por aquel entonces, representaban al enemigo musulmán, abriéndose paso por entre las montañas —esas grandes murallas naturales— y por cuyas gargantas o desfiladeros no se atrevían las gentes a pasar, por lo que los caminos que entrelazaban el territorio discurrían por los altos puertos —uno de los puertos más famosos de Ribagorza, fue el de las Aras (1904 m), a cuyos pies se encuentra el Monasterio de Obarra—.
Visalibons/Bisalibons. (Villa e Lupons, ‘de lobos’)
Pequeña población a recuesto de las laderas del altozano donde se levanta la ermita de San Saturnino/San Sadurní, que la resguardan de los fríos vientos del cercano Turbón.
Con casas rehabilitadas, donde destaca la iglesia de Santa María (siglo XII). Un edificio que me llamó la atención fue Casa Pascual (siglo XVIII), con cubierta a cuatro aguas rematada por una cruz de hierro. Hay también buenos ejemplares de los típicos pajares del valle del Isábena.
El camino hasta el cercano y ruinoso pueblo de Raluy/Rallui, lo hacemos por una estupenda senda que se inicia en la parte trasera de la parroquial. Discurre por entre un espeso bosque de quejigos con sus luces y sombras —en los meses de verano, la sombra está más que asegurada—(aquí se viene a refrendar el que, por lo general, los quejigales desarrollados en los montes más septentrionales se instalan en las solanas, huyendo de los intensos fríos de las umbrías)., atravesando trasversalmente las prolongadas laderas que descienden desde los altos de Cuaderco (1839 m) y de la Collada de Planatuzal (1749 m), viniendo a conformar el barranco de Las Piedras, en cuya margen izquierda se halla Raluy/Rallui.
Sucesión de bancales, más o menos limitados por las pendientes, con verticales paredes de piedra —algunas ya desventradas por el paso del tiempo—, en unas tierras más bien pobres; aunque los antiguos ribagorzanos dependían mucho de ellas junto a la ganadería para su subsistencia. La vida se desenvolvía en base a la autarquía y a una mano de obra abundante y barata; desde su nacimiento, las personas ya estaban atadas a la casa con el único fin de conservarla y, de poder ser, aumentar el patrimonio. Unos sistemas de vida remotos y anquilosados que no pudieron aguantar la llegada de los cambios sociales a lo largo del pasado siglo. Quizá, dada su pobreza, estas tierras fueron olvidadas por los poderes del norte y del sur, una vez desaparecido el reino visigodo, convirtiéndose en refugio de todos aquéllos que no asimilaban la desaparición del antiguo régimen.
Raluy/Rallui (también llamado en los primeros tiempos: Lloroi, Lorroi, Lorrui…)
En ruina total. Es difícil acceder. Paredes caídas y vegetación descontrolada. En este lugar se hallaba la iglesia de San Clemente (siglo XII), que fue motivo de discusión, entre los lugareños y el monasterio de Obarra. Este defensivo y ahora destruido y deshabitado núcleo, fue arrasado en 1006 por las fuerzas de Abd al-Malik, hijo de Almanzor.
Una larga pista rodada descendente, en algunos tramos pegada al barranco de las Piedras, nos llevará hasta el pueblo de Beranuy, final de nuestro trayecto de hoy.
Para conocer un poco más, la vieja historia del Condado de Ribagorza, se recomienda la lectura de los libros:
- Ribagorza, Condado Independiente, de Fernando Galtier Martí
- Noticias y documentos históricos del Condado de Ribagorza, de M. Serrano y Sanz