Ruta circular por La Muria
Ruta circular con inicio y final en la fuente de La Muria (1368 m), subiendo a la Collada de San Adrián (1917 m) y al Puerto de La Muria (1623 m).
15-ags-21 — Distancia: 10’6 km — Desnivel acumulado: 607 m
Bonito recorrido desde lo que es el área de recreo de la fuente de La Muria, en su mayor parte bajo un apretado bosque mixto de pinos y hayas, hasta alcanzar los verdes pastos que nos han de llevar a la Collada de San Adrián donde el panorama paisajístico es espectacular. La bajada la hicimos por el Puerto de La Muria, un lugar de pastos y antiguo paso de cabañera.
Poca distancia nos separa desde el lugar de inicio a la pista que va de Gabás a Espés Bajo y que forma parte de la <<Ruta BTT 19. Transpirenaica de Castejón de Sos a Bonansa>>. No tardaremos en encontrar el desvío que nos indica: <<Turbón/Collado de San Adriá>>. Continuamos por una pista rodada con un desnivel creciente, hasta que encontramos el sendero que nos llevará a lo alto de la Collada; un sendero que se empina a la vez que se estrecha y que nos depara bonitas bóvedas de arbolado con sus juegos de luces y sombras.
Llegamos a la zona de pastos, verdes praderas con suaves declives y una vacada que está por allí a sus anchas. Las montañas y valles pirenaicos se van abriendo poco a poco, comenzando a disfrutar de las vistas paisajísticas. Poco queda ya para llegar a la Collada: las crestas del macizo del Turbón donde se halla instalada la cima ya van asomando.
Desde la Collada, lo que fue una antigua morrena de la lengua glaciar que excavó el interior del Turbón, se contempla la Canal o Coma de San Adrián que parte por la mitad lo que es el macizo: a nuestra izquierda tenemos las abruptas paredes del Turbonet (2346 m), a nuestra derecha las del Castillo de Turbón (2492 m); al fondo las paredes del circo glaciar de Fon Torruego que cierran esta admirable Canal o Coma por su parte más meridional. Escarpadas paredes calcáreas flanquean el fondo por donde se deslizaba una potente lengua de hielo; en sus inicios más o menos planos y de verdes pastos. Enormes cantaleras con sus mantos de derrubios por la ruptura del roquedo cubren las laderas y grandes bloques de piedra de tamaño y movilidad variables varados en el fondo.
Hacia el oeste tenemos la profunda depresión del valle de Bardají, cercado por las abruptas laderas de las sierras de Baciero y Cervín, con la sierra Ferrera y la Peña Montañesa al fondo. Una intensa calima impedía una buena visión del macizo de Cotiella.
Por el norte… esa inmensa y erizada estructura de grandes batolitos graníticos (Maladeta, Posets, Perdiguero, …), y esa especie de pasillo o línea de separación entre la Zona Axial pirenaica y lo que es el macizo del Turbón, con esa alineación encabezada por El Gallinero y seguida por las Tucas de Cibollés y Basibé que lo flanquean por su parte más septentrional.
Todo un premio paisajístico rematado por ese gran murallón que conforma la sierra de Chía, torcido como un arco y áridas cantaleras asomándose sobre el río Ésera.
La bajada al Puerto de La Muria, es un tanto complicada y confusa a través de una espesura y algún que otro árbol caído con un pronunciado desnivel. Hay que seguir con atención los hitos de piedra y los pequeños senderos que tan pronto están como no están. Tenía cargado el track de otra ruta y nos ayudó bastante a seguir el camino.
Cuando llegamos al puerto de La Muria, tomamos el tramo del PR-HU 50 que va de Llert a Castejón de Sos. Siete mil años nos separan de aquellos tiempos del Neolítico en los que los primeros pastores trashumantes hicieron acto de presencia por estos parajes en busca de los pastos de alta montaña; verdes praderas y bellos rincones se encuentran por los alrededores.
Los puertos de La Muria y de las Aras, fueron importantes lugares de paso en Ribagorza, pues hasta que se desarrollaron las modernas vías de comunicación aprovechando los cursos de las aguas, los accesos entre los valles estaban imposibles y eran muy peligrosos. La pura necesidad fue la que impulso el trazado de los caminos por los altos de las empinadas sierras, con todo lo que conllevaban las sufridas tormentas, las nevadas —que obligaban a adivinar el trazado de las sendas— y la propia orografía del terreno, además de los animales salvajes que por allí deambulaban y eran una amenaza para el ganado. Antiguas costumbres y usos se fueron introduciendo por estos pasos que, por otra parte, también sirvieron de ayuda a la hora de escribir la historia del territorio y contemplar el paso de muchas generaciones.