Ruta circular por el Valle de Escuaín
Una ruta circular por el Valle de Escuaín, entre los poblados de Escuaín y Revilla / Rebilla, pasando por el Puente de Los Mallos y La Valle.
7-ags-2019 — Recorrido: 19’8 km — Desnivel acumulado: 1224 m
Escuaín
Un pueblo que da nombre al valle. Origen y final de nuestro paseo de hoy. Un lugar deshabitado, pero no abandonado. Muy visitado en época veraniega. Encuadrado en uno de los cuatro sectores que llegan a conformar el actual Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, junto con los Valles de Ordesa, Añisclo y Pineta. Un valle que bien vale la pena visitar, dada la riqueza geológica, ornitológica y paisajística que atesora. Estamos en el municipio de Tella-Sin, en la Comarca de Sobrarbe.
Una vez ajustadas las mochilas a nuestras espaldas, en las mismas laderas del imponente macizo calcáreo de Castillo Mayor (2014 m) —quien se eleva como si de un iceberg a la deriva se tratara—, iniciamos la excursión por un itinerario que bien podríamos catalogar como de primera categoría. Las verticales paredes de la esbelta mole de Castillo Mayor, van a ser punto de referencia durante todo el recorrido.
Un primer tramo del GR-15, nos llevará hasta las profundidades de la estrecha garganta, cuyas marcas abandonaremos un poco antes de cruzar el cauce del río Yaga, para luego subir hasta la población de Revilla / Rebilla por una senda agradable, pasando por un antiguo y ya derruido molino y unos estrechos bancales bien delimitados por excelentes trabajos de mampostería en seco, además de disfrutar de bellos rincones excavados por la propia naturaleza.
Revilla/Rebilla
Sus edificaciones quedan diseminadas sobre la solana de una bien abrigada ladera en la margen izquierda del Yaga, destacando en lo más alto su iglesia parroquial y un esbelto campanario.
Ambas poblaciones, de Revilla/Rebilla y Escuaín, muy próximas en línea recta —ubicadas en lo alto de cada uno de los lados de la profunda garganta— pero alejadas en cuanto al tiempo de acceso, pues los senderos que las unen deben salvar unos fuertes desniveles. Para comunicarse entre sí utilizaban el sistema de ‘a voz en grito’: los de Revilla/Rebilla se subían a la Peña La Faixa —conocida también como la peña del teléfono— y los de Escuaín lo hacían en el Mirador de Socastiello. Cuando algo extraordinario ocurría, tenían un sistema preestablecido de señales —unas sábanas blancas colocadas en unos puntos fijos—.
Entre el pueblo de Revilla/Rebilla y La Valle, habiendo pasado antes por el Puente de los Mallos, nos aguarda una bonita senda ajustada a las ondulantes laderas de la abrupta sierra de las Zucas, con sus bosques, barrancos, miradores sobre la espectacular estrechura que se abre a nuestros pies, verticales y altos farallones calcáreos, abundancia de lapiaces, estrechas fajas de cultivo bien delimitadas con sus paredes de piedra, refugios pastoriles rupestres, buenas vistas sobre el verde tascal de los tozales y collados que separan a este valle del de Añisclo, … ¡Todo un espectáculo paisajístico!
Antes de llegar al primer mirador sobre las profundidades del estrecho congosto, encontramos a la derruida ermita rupestre de San Lorien, cuyos orígenes parecen remontarse al siglo XI. El camino se desliza bajo una rica y variada diversidad arbórea (abetos, fresnos, abedules, robles y hayas) que, por supuesto, albergan una extensa fauna. Llaman la atención los grabados esculpidos en la pared rocosa, algunos de ellos enigmáticos y de difícil significado.
Unas vistas extraordinarias nos deparan los miradores sobre el angosto y penetrante cañón calcáreo, que ha sido excavado y modelado por el río Yaga.
El paso del barranco os Sacos nos depara una bonita cascada, aunque un poco escasa de agua dada la mengua de lluvias existente. Este barranco desciende desde la Rinconada Angonés un pequeño circo glaciar bajo los Tozales Blanco (2432 m) y d’o Siso (2489 m), en lo que es la sierra de las Zucas.
El tiempo se estropeaba. Unas grisáceas y amenazantes nubes cubrían las cercanas cumbres y toda la bóveda del valle. La tormenta iba formándose. Un lejano retumbar de truenos se dejaba oír, a modo de largas y suaves notas con acordes distintos, como preludio de lo que se avecinaba. Los negros nubarrones se amontonaban en los altos, a la espera de una supuesta señal que ordenara iniciar su descenso por las faldas de los montes y cruzar los barrancos hasta llegar al fondo de los valles. No tiene que ser agradable toparte con alguna inclemencia meteorológica por estos parajes. Al final terminamos el recorrido sin tener que aferrarnos a los impermeables.
El camino es agradable, bajo una exuberante vegetación arbórea, bien delimitado por paredes que aún permanecen erguidas y hacen de parapeto a unos estrechos rellanos de tierra utilizados para antiguos cultivos. La proliferación de bancales se explica por la necesidad de utilizar al máximo el espacio disponible. Se aprovechaba la orientación favorable de la solana —aunque eso ahora sea un tanto difícil de comprender, pues el espeso follaje impide la entrada diáfana de la luminosidad—. En Revilla/Rebilla, la agricultura tenía su importancia, pues apenas podían cubrir sus necesidades básicas de subsistencia (los nativos del lugar tenían el apodo de micoleros, al ser la micola su base alimentaria, un rudimentario potaje de harina, caldo y agua o leche).
Las tierras del cercano pueblo de Escuaín son diferentes, pues la pendiente no es tan pronunciada, aunque dada la proximidad de los farallones rocosos de Castillo Mayor y los Tozales que cierran el valle, las horas de sol se reducen en invierno, por lo que las actividades ganaderas les resultaban más apropiadas y aprovechaban los pastos de La Montaña de Sesa y La Valle.
Pasamos también por unos refugios rupestres (covachos; ozurnos —hornos—) que servirían como apriscos de los rebaños. Sus paredes y techos ahumadas nos indican claramente su utilización.
Llega un momento que la senda se bifurca: podemos ir a la Rinconada de Gurrundué o hacía el Puente de los Mallos. Tomamos esta última opción, pero… antes de llegar al puente acometemos una fuerte bajada (más bien ‘bajadón’, diría yo), en la que debemos extremar las precauciones, ir despacio, clavando bien los palos y sujetarte a los tallos que los bojes nos prestan desinteresadamente para que nos sirvan de ayuda.
Bajo el Puente de los Mallos tenemos un profundo cauce (hoy seco) del río Yaga —no apto para los que padecen de vértigo—. Una estrecha grieta excavada por las aguas del río, al combinarse una serie de procesos de tipo kárstico, infiltradas en la sierra de las Sucas a través de numerosas simas, sumideros y barrancos.
Atravesado el profundo hayedo que nos separa de La Valle, lo primero que hacemos al llegar a unos claros, es dirigir nuestras miradas a la Rinconada de Gurrundué. Ante nosotros un cuadro paisajístico que refleja una extraordinaria formación geológica: un rincón glaciar del Cuaternario, modelado por grandes lenguas de hielo y por donde discurre una compleja red de cuevas y galerías —allí se halla una de las cavidades integrales más largas del mundo, por donde circula un río subterráneo que supera los cuatro mil metros de galerías y grandes desniveles—.
Llegados a este punto, el paseo se solapa con el que ya realizamos en julio de 2016: Ver post de la ‘Ruta entre Escuaín y Puente de los Mallos’. Así pues, no vamos a repetirnos.