Los Campanarios
La definición que hace el Diccionario de la lengua española, de la Real Academia Española, sobre el campanario es el de:
“Torre elevada, exenta, adosada o integrada en un edificio, donde se colocan las campanas”
Todo esto viene a cuento, porque revisando unas antiguas fotos del otrora pueblo de Barasona, hoy inundado y soterrado bajo el fangal de los lodos del pantano, me llamaron la atención unas en las que aparece la torre del campanario de la iglesia, durante años último bastión visible de la desgraciada población, que venía haciendo las veces de medidor de las aguas, según fuera el nivel de las mismas e indicaba si eran épocas de plenitud de lluvias o de sequía, pero que, durante unas maniobras del Regimiento de Artillería núm. 29, allá por la década de los años cincuenta del pasado siglo, una certera bala de cañón acabó por derribarla.
Los campanarios:
Casas de las campanas, siempre se han construido elevados para que pudieran así propagar a lo lejos el tañido de esta especie de copas invertidas y ahuecadas que bien resuenan acústicamente y que vibran al ser golpeadas, para llevar a todos los fieles la invitación de la iglesia. Sus orígenes son esencialmente cristianos, de entre los siglos VII/VIII, derivándose, muy probablemente, de aquellas otras torres escalonadas que se venían erigiendo desde el siglo V sobre las fachadas de las iglesias o en alguno de sus lados, más bien como elementos defensivos, al tiempo que resultaban aptos, mediante pequeñas escaleras circulares, para poder acceder a las partes más altas del edificio.
Estos elevados y sobresalientes elementos arquitectónicos, muy comunes en la mayoría de las iglesias, vienen a indicar la presencia de Dios en dichos lugares, como nexo de unión entre el Ser supremo y los hombres, como representación de los poderes de la iglesia, al ser visibles desde remotos lugares. En la mayoría de los casos, se rematan con una cruz, veleta o gallo; la cruz viene a proclamar a Cristo; la veleta, con sus vaivenes, recuerda la fama y lo efímero de la vida; y el gallo representa el símbolo de la vigilancia constante.
El campanario acoge las campanas, que resultan ser en la vida diaria una especie de espíritus monitorios que nos convocan o exhortan con una voz que ha llegado a sernos familiar, ya sea para el duelo, la alegría, el reposo o la agitación. Los sonidos que emiten resultan dominantes sobre la cotidianidad de los rumores, y por múltiples que estos sean no son nunca confusos y lo elevan todo, aunque sea de una manera pasajera, a una esfera de orden y armonía.
A las campanas se les ha llegado a conocer por sus nombres. Tienen un lenguaje potente, más que el de los medios de comunicación social, un lenguaje que hace llegar su repicar a toda la comunidad sin tener que recurrir a los periódicos, la radio o la televisión. Se sabe de su significado según sea su forma de tañer, nos indica dónde ocurren las cosas, si se ha desatado un fuego o hay algún otro tipo de alarma o amenaza, si ha habido alguna defunción o si es un día festivo.
Las campanas siempre han sido unos instrumentos de percusión muy queridos, además de interesantes, y son los más emblemáticos de todos aquellos que llegan a conformar nuestro patrimonio cultural e histórico. Suenan igual siempre, transmitiendo una invariable música desde el mismo momento de su fundición. Poco se sabe de cómo podían llegar a sonar otros instrumentos musicales de hace apenas unos siglos, pero sí se conoce como sonaban las campanas.
Las personas que tenían como oficio tocar las campanas, los campaneros, cuya actividad ya ha caído en desuso, nos hacían vibrar con el repiqueteo de las mismas, haciéndolas llorar o reír con sus propias manos, según fuera el caso.
Llegaron a existir un buen número de tañidos anunciadores de campana: “tocar a misa de diario”; “tocar a misa (domingos y festivos), con su repiqueteo de fiesta, alegre y atronador, cargado de música y de gloria”; “toques de clamor o de difuntos, cuando las campanas lloran”; “toques alegres de fiestas y continuos repiqueteos”; “toques de arrebato, anunciando catástrofes”; “toques de campana tañida, congregando a reuniones de concejos”; “toques de queda, prohibición de circular libremente por las calles, generalmente por las noches”; “toques del ángelus, para el rezo del ángelus al mediodía”; “toques del perdido, para guiar a las personas en su vuelta a casa cuando anochecía”; “toques de las horas y cuartos, en los tiempos en que el único reloj conocido era el de sol”; …. …. Los actos y oficios de los pueblos se avisaban mediante el toque de campanas, bien fueran de tipo religioso o civil. Hoy en día han desaparecido muchos de sus toques.
Muchos de estos campanarios, cuyos chapiteles y últimos cuerpos de la torre en algunos casos todavía se pueden ver cubiertos por las aguas y sobresaliendo de las mismas, los cuales, en otros tiempos, tanto llegaron a representar en el devenir diario de los pueblos y que, por mor de “las exigencias del progreso”, se encuentran en el fondo de unos pantanos cuyas paredes de contención de las aguas se levantaron para dominar a los bravos ríos que descienden de las montañas, para el logro y aprovechamiento de unas energías y para calmar la sed de unas tierras esteparias y feraces y convertirlas en productivas.
Por cierto, voy a terminar como empecé este post, haciendo una reseña al campanario de Barasona. He visto fotos en los que el último cuerpo de la torre tenía cuatro lados y en otras era hexagonal. En ambos casos se dice corresponde al campanario de Barasona, por lo menos así se manifiesta en algunas páginas web, pero yo, particularmente, me quedo con el que es rematado por la figura de un hexágono.