Ruta entre Ejep y Perarrúa (Ixep-Perarruga)
Cómodo y entretenido el recorrido de hoy, 10 de octubre de 2016, de unos 15 km, aproximadamente, y con una temperatura muy agradable para la práctica senderista.
Nos hallamos en la Comarca de la Ribagorza, a unos pocos kilómetros de Graus, en lo que es el interfluvio de los ríos Ésera y Cinca, y más concretamente en la vertiente que aporta sus aguas al Ésera por la margen derecha de éste, en el que destaca el pico Calamó (1128 m) como el punto más elevado y dominante de esta pequeña porción de territorio.
Iniciamos la caminata en el pueblo de Ejep (Ixep), para dirigimos hasta el ruinoso despoblado de Arués (Argües) y continuar, desde allí, por lo que era el antiguo camino que unía Perarrúa con Clamosa, actualmente PR-HU 49. Un poco antes de llegar al pequeño núcleo de El Mon (prácticamente deshabitado, aunque no abandonado, cuyas antiguas casas se hallan distanciadas unas de otras por unas decenas de metros), para luego desviamos hasta las ruinas de la Ermita de San Martín, y, una vez visitada, iniciar la bajada hasta la población de Perarrúa, nuestro destino final, a orillas del río Ésera.
En Ejep (Ixep), destaca su iglesia parroquial de San Pedro (siglo XVIII), en cuyos bajos se encuentra la antigua cárcel.
Abandonamos la población por una recién acondicionada senda, que nace justo por detrás de las antiguas escuelas (hoy reconvertido este edificio en vivienda particular), para coger el camino que nos llevará hasta el despoblado de Arués. Dejamos a nuestra izquierda el Tozal de la Guardia (1061 m), divisando allá en lo alto la ermita de los Santos Juan y San Pablo (siglo XIII, aunque muy reformada en el XIX).
Cruzamos el barranco de San Sebastián y continuamos por una zona sombría (l’ubaga) y así poder salvar el barranco de La Solana, por la arbolada ladera de la Peña Espluga (1066 m), que nos obliga a dar un gran rodeo. Ya divisamos a lo lejos el despoblado de Arués (Argües) a resguardo de la antes mencionada punta Calamó (1128 m). Durante este trayecto, no perderemos de vista al imponente macizo de El Turbón.
El arruinado despoblado de Arués (Argües), fue abandonado allá por los años 60. Quedan todavía algunas casas en pie, pero han derribado otras muchas dada la situación de precariedad en que se hallaban. Como en muchos otros casos, el núcleo urbano se formó en base a unas casas levantadas muy cerca de las otras, sin alineación alguna, sin medianeras de ningún tipo y sin conformar las típicas calles. Los edificios auxiliares, como los corrales o los pajares, se fueron levantando entre las viviendas, en algunos casos adosados a ellas y en otros exentos. A la antigua capilla de San Valero (siglo XVII), que ya perdió la campana de su espadaña hace mucho tiempo, ya no le queda mucho, el techo se ha caído y el estado de ruina ya es total; son de destacar las enormes y trabajadas piedras a modo de jambas, que sujetan el gran dintel de la puerta de entrada a esta pequeña ermita.
Como venía siendo norma por los territorios prepirenaicos y pirenaicos, las aldeas o pequeñas poblaciones no eran muy distantes entre sí, las cuales tenían unos sistemas de ocupación y de explotación que se adaptaban a los quebrados relieves, y a veces harto difíciles, allí donde era más factible obtener tierras para el cultivo. La autarquía fue el modelo económico por el que se sustentaban estos alejados pueblos, carentes de unas adecuadas vías de comunicación y de los más elementales servicios. Esta forma de sustentarse sucumbió con relativa facilidad ante la llegada de los nuevos tiempos que iban unidos a la economía de mercado, por lo que sufrieron con una extrema dureza la despoblación.
Se vienen trabajando los campos de cultivo, dedicados mayormente al cereal, aunque también hay plantaciones de almendros y de algunos olivos. Se nota sobre el terreno la falta de agua, pues la pertinaz sequía, que venimos padeciendo desde hace unos meses, empieza a dejar ya su impronta. Abundan los quejigos y las encinas, con grandes zonas de pino carrasco, que más bien parece haya sido objeto de replantación en algunas zonas. Es un territorio donde impera la litología blanda (arcillas, areniscas y margas) y se prodigan los “badlands”, zonas desnudas y fácilmente erosionables, observándose cárcavas y algunos pináculos.
Antes de llegar al disperso y pequeño núcleo de El Mon, nos desviamos hacia la ruinosa ermita de San Martín, absorbida por un espeso bosque de encinas, de la que tan sólo quedan parte de sus recios muros y un trozo de bóveda en lo que es su parte más oriental. Junto a este antiguo cenobio, se hallan desperdigados grandes montones de piedras y losas, que más bien parecen los restos de antiguas construcciones o viviendas que pudieran haber existido en este viejo emplazamiento, que, algunos dicen, parece ser obedecieran al poblamiento original de Petra Rubea, antecedente de la actual Perarrúa (Perarruga). Grandes lajas de piedra, hincadas verticalmente, señalizan el camino de acceso.
El barranco del Cabo de la Villa, hace de línea divisoria entre los abruptos escarpes que albergan el Castillo de El Mon (siglo XI) y las ruinas de San Martín; el morrón donde se hallan estas últimas se encuentra en su parte más meridional o margen derecha del propio barranco.
El descenso hasta Perarrúa (Perarruga) lo hacemos por la antigua senda, hoy señalizada como PR-HU 49, atravesando un bonito puente de arco rebajado y carente de petril. Junto al barranco se pueden apreciar antiguos huertos, delimitados con paredes de piedra seca, hoy en día abandonados y que han sido colonizados de nuevo por una espesa vegetación. También puede apreciarse, como las escarpadas laderas fueron escalonadas por nuestros antepasados al objeto de ganar tierra para el cultivo.
Perarrúa (Perarruga), a orillas del río Ésera, final de nuestro recorrido de hoy, y que ya hemos visitado en otras ocasiones, es un bonito y muy bien conservado pueblo en el que destacan la iglesia parroquial de San Martín (en el dintel de su puerta está incrustada la leyenda “AÑO 1673”); la ermita Virgen de la Ribera (siglo XII), que hace las veces de capilla del cementerio; y el hermoso puente sobre el río que data de los siglos XIII/XV. Junto al camino que lleva al cementerio, se halla un esbelto crucero de fuste cuadrangular y aristas biseladas, rematado con una cruz de hierro muy trabajada.
El río Ésera, que ha sido el encargado de modelar este pequeño valle fluvial, en lo que es la Depresión Media Prepirenaica, una vez ha superado Santaliestra, ensancha su cauce y se van sucediendo los meandros formando un sistema de aterrazamientos a ambos lados del río, utilizados como campos de cultivo, siendo los cantos rodados el substrato dominante. El hidrónimo del río “”Is-ara – És-era””, pudiera obedecer a una base preindoeuropea, anterior al segundo milenio de nuestra era. (Erróneamente, la etimología popular lo describe como “Essera”, “Es.sera” -es y será-).