Ruta entre L’Ainsa y Labuerda
Nueva ruta por la Comarca del Sobrarbe, esta vez por el PR HU-41, entre las poblaciones de L’Ainsa y Labuerda, pasando por San Vicente de Labuerda. El recorrido ha sido bastante agradable, aunque a medida que se iban acercando las horas centrales del día el calor iba en aumento. Una vez atravesados los llanos de L’Ainsa, entre los ríos Ara y Cinca, y después de un leve descenso hasta el río Forcaz, hemos acometido un largo ascenso, con un desnivel aproximado en torno a los 400 metros, hasta alcanzar el llamado Campo Redondo, donde nos hemos unido con el PR HU-40 que viene de Boltaña; a partir de entonces la bajada ha sido pronunciada hasta el pueblo de San Vicente de Labuerda para continuar posteriormente a Labuerda, final de nuestra caminata.
La caminata de hoy, 22 de junio de 2015, la hemos comenzado en L’Ainsa, en el aparcamiento que existe junto al antiguo castillo de San Pedro, dirigiéndonos hacia La Cruz Cubierta en primer lugar, que se encuentra a unos 20/25 minutos aproximadamente; la cual se trata de un pequeño templete circular, que se construyó a mediados del siglo XVII, en recuerdo de la batalla por la que se reconquistó L’Ainsa, en el lugar donde, según la leyenda de “La Morisma”, se libró la batalla en el siglo VIII.
Proseguimos el camino a través de un bonito sendero bajando hasta el cauce del río Forcaz, el cual llevaba muy poca agua. Nada más atravesar el río, hay una gran cantera de piedras destinadas a la construcción de muros, paredes de edificios o incluso producir losas para techar. Se prodigan por la zona acumulaciones de piedras de este tipo, a las cuales se les denomina flysch, lo cual se trata de rocas de origen sedimentario de capas duras, intercaladas con otras de tipo más blando, como pueden ser margas o arcillas. Cuando se da este tipo de agrupamientos, los deslizamientos de las laderas suelen ser bastante frecuentes.
Desde aquí, y por una pista forestal, hemos iniciado un prolongado ascenso que nos ha llevado hasta la intersección con el PR HU-40, en la zona llamada Campo Redondo, justo en las estribaciones del Tozal de las Cruces (1528 m), donde hemos comenzado ya el descenso.
Prácticamente, la mayor parte del recorrido, ha sido a través de un extenso pinar y a medida que íbamos ascendiendo las vistas paisajísticas cada vez eran más espectaculares. El macizo de la Peña Montañesa (2295 m) y la estribación occidental del de Cotiella (2912 m) han estado presentes en todo momento; también el Congosto de Jánovas, con el anticlinal de Boltaña ha sido una vista casi constante durante la subida.
Aun cuando este frondoso pinar, en su mayoría es de repoblación, los hay que son propios del Sobrarbe y que corresponden a formaciones muy antiguas, llegando a ser reminiscencias del clima frío y seco de los períodos glaciares, los cuales, en la actualidad, sufren el acoso de los robledales. Estos pinares, aparecen sobre unos terrenos muy erosionados, sobre margas, acostumbrados a constituir unas poblaciones arbóreas más bien raquíticas, en las que medran también algunos enebros, aulagas y bojes; los suelos son poco profundos con escaso humus, producto de las margas o del flysch, entre los que se intercalan afloramientos rocosos.
Estas margas, de color azulado, son muy típicas del Sobrarbe y provienen del Eoceno (55 mills/años), pudiendo observarse desde largas distancias dado su color característico. Se caracterizan, además, por formar unos estratos de poca consistencia los cuales se erosionan con gran facilidad, produciendo unas profundas cárcavas sobre las laderas de los barrancos, es lo que se suele llamar vertientes deleznables.
Llegando a San Vicente de Labuerda, lo primero que nos encontramos es la ermita de San Miguel, en la que finaliza el vía crucis iniciado en la iglesia de San Vicente.
También hay otra ermita, San Visorio, enclavada en la ladera de la montaña que bordea el pueblo, hallándose a unos 50 minutos de una prolongada subida a través de una senda
La ubicación de la iglesia de San Vicente, se halla un poco alejada del pueblo, y se trata de un más que venerable edificio medieval, del siglo XII, sobre la que ejerció su poder territorial el no muy lejano antiguo monasterio de San Victorián.
Las construcciones de tipo románico (siglos XII y XIII), que se mantienen todavía en pie, y que pudieron ser bien para uso militar o para el culto religioso, son unos fehacientes testigos de un pasado histórico, en este caso del ser y existir de Sobrarbe, y forman parte activa de los paisajes más humanos y hermosos, aunque muchos de ellos actualmente despoblados o a punto de serlo.
Normalmente, la arquitectura religiosa en el Sobrarbe es bastante austera, tanto en lo relativo a los trabajos de albañilería y manipulación de la piedra, como en lo referente a su decoración escultórica, prácticamente inexistente, excepto en los esquemáticos capiteles de las portadas de las iglesias de L’Ainsa y en esta de San Vicente, aparte del tosco relieve de un león o perro labrado en el exterior junto al ábside de la de San Lorien (municipio del Pueyo de Araguas).
El templo de San Vicente, es un edificio esbelto, de alta bóveda de cañón apuntado, que tiene una ábside con columnitas en su parte superior y una portada con arquivoltas.
En su interior, sobresale el retablo de su altar mayor, que ha sido restaurado hace unos años, de finales del siglo XV o principios del XVI, en los que sobresalen, en lugar destacado, las figuras de San Miguel, San Vicente y San Lorenzo.
A esta iglesia de San Vicente, en el siglo XVI, se le añadieron un conjunto de edificaciones, tales como la torre campanario, la casa abadía y un esconjuradero. En la dovela central de la puerta de entrada a la abadía, se indica la fecha “”1568””.
Respecto a los esconjuraderos, se tratan de elementos arquitectónicos de geometría simple, muy característicos del pirineo aragonés, cuyas construcciones suelen estar datadas entre los siglos XVI al XVIII. Están abiertos a los cuatro puntos cardinales, con la finalidad de albergar allí una serie de rituales para esconjurar o conjurar las tormentas o las tronadas que se avecinaban, así como hacer todo tipo de rogativas para evitar las plagas u otros peligros que pudieran amenazar a la comunidad y a sus cosechas, espantando los malignos espíritus y a las brujas.
Por estos territorios, además de este esconjuradero de San Vicente, se halla también el de Guaso, Almazorre, el de Mediano (sumergido bajos las aguas del pantano), etc.
Finalizada la visita a la iglesia de San Vicente, nos dirigimos hacia el núcleo urbano, el cual también guarda algunos rincones que merecen la pena ver.
Al final, alternando un viejo sendero con tramos de carretera, hemos llegado a nuestro destino de hoy, que no era otro que el pueblo de Labuerda, donde hemos visitado los exteriores de su iglesia parroquial de San Sebastián y su plaza mayor.