Una Monarquía Limitada y Compleja

 

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LA CORONA DE ARAGÓN

De cómo una Monarquía,  a pesar de contar con unos escasos recursos, de tener unos poderes que estaban limitados por los estamentos, de estar de continuo enfrentada a unos enemigos y vecinos mucho más poderosos que ella, y de no contar siempre con la comprensión de sus súbditos los cuales llegaron a mostrar a veces incluso su reticencia, consiguió incrementar y preservar sus dominios partiendo de un pequeño núcleo territorial producto de una unión dinástica, siendo el embrión de lo que luego resultó ser una figura clave en el desarrollo político del Mediterráneo occidental; esa fue la Corona de Aragón. (El propio Nicolás Maquiavelo, en el capítulo XXI de El Príncipe, muestra su admiración por el rey Fernando II de Aragón, El Católico, “ …..porque de rey débil que era se ha convertido por su fama y por su gloria en el primer rey de los cristianos. Si examináis sus acciones, encontraréis que todas son notabilísimas y alguna de ellas extraordinaria: …….” ).

Gestión de la complejidad

Políticamente y también en lo geoestratégico, la problemática que se podía suscitar en el devenir de la monarquía no era la misma al principio de la unión dinástica, en el siglo XII, que la que se  podían plantear a mediados del siglo XV; ni en lo social, ni económicamente,  y ni tan siquiera en lo cultural o en lo político, y, por supuesto, tampoco  eran coincidentes los lindes territoriales que se manejaban.

Desde las capitulaciones matrimoniales en 1137,  entre Petronila de Aragón (1136-1173), hija de Ramiro II, y Ramón Berenguer IV (1113/14-1162), Conde de Barcelona, en que se formalizó la unión dinástica entre Aragón y Cataluña, y el año 1479 en que se culmina la segunda unión dinástica, esta vez entre Castilla y la Corona de Aragón, el modo de desenvolverse la sociedad ya no es igual, ha cambiado, y también lo ha hecho en el resto de Europa.

Con el transcurrir del tiempo, la gestión se hace mucho más compleja, debido a que la composición de las clases sociales y de sus estamentos ya no es igual; el mundo institucional y jurídico va evolucionando; la gestión política y la gobernabilidad, se hacen cada vez más complejas debido al  carácter de monarquía feudal en que se ha ido conformando; la diversidad cultural y también la religiosa, no es coincidente con ninguna otra forma que pudiera ofrecer la Cristiandad latina, dominios con tantas diferencias y distantes entre sí como Aragón, Cataluña, Baleares, Valencia, Sicilia, Cerdeña o Nápoles no componen lo que pudiera ser una unidad cultural propiamente dicha, sino que más bien es bastante divergente, también convivían distintas minorías religiosas, tales como la judía o la musulmana. No obstante, lo que resultó más difícil de gestionar fue la complejidad territorial, que era muy acentuada y que llegó a ser una fuente de problemas para todos los monarcas aragoneses.

La integración de los distintos reinos o territorios a la inicial unión dinástica de Aragón y Cataluña, dio lugar a una sucesión de circunstancias que obligaron al desarrollo de una complicada estructura social o legal, ya que eran distintas de unos territorios a otros. La parte estamental de la nobleza, por ejemplo, difería en los pormenores de sus bases económicas, militares, regímenes legales, privilegios e incluso en la composición de su estructura piramidal.

La incorporación a la primigenia unión dinástica de Aragón y Cataluña, de los territorios que llegaron a conformar la Corona de Aragón fueron bien distintas, pues hubo agregaciones por conquistas militares (Valencia y Mallorca), por infeudación del Papa a lo que siguió una larga guerra (Cerdeña), por adhesión (en el caso de Sicilia), o por conquistas feudales (como lo fue Nápoles).

La dificultad de la gobernabilidad se acrecentaba en cuanto que los propios  soberanos aragoneses no podían ni tan siquiera dictar y publicar leyes que fueran realmente válidas para todos los territorios, pues éstas debían ir aprobándose individualmente, teniendo tan sólo en común unos órganos centrales más bien reducidos, aunque competentes (su Casa, el Consejo, la Cancillería, su Tesorero, además de unos pocos oficiales que estaban englobados en la Corte real). Aun con todo, y gracias a toda esta complejidad, los monarcas pudieron ejercitar una política común, sobre todo en el espacio internacional, muy por encima de los dispares, y en ocasiones incluso contrapuestos, intereses de sus súbditos.

La Corona de Aragón, desde el punto de vista constitucional de la sociedad medieval y su posterior proyección en los tiempos Modernos, llega a plantear una serie de problemas muy interesantes dignos de estudio. Durante la Edad Media, sí que también llegaron a existir otras monarquías o estados compuestos, pero estos no llegaron a consolidarse al no poder lograr una cohesión en sus relaciones exteriores.

Una estructura compuesta  de territorios en época medieval no era un caso excepcional dentro de la Europa de entonces, hasta cierto punto incluso se daban con cierta frecuencia en un continuo tejer y destejer de uniones dinásticas. La estabilidad de la Corona de Aragón, debido a que sus territorios nucleares se comportaran como una unidad política, y coherente, en el orden interno y en el internacional, permitió superar toda una serie de extraordinarias y graves coyunturas sin que llegara a perecer.

La unión táctica que llevó a dos pequeños territorios feudales, como lo eran los de Aragón y Cataluña, cuya soberanía resultante era más bien dudosa,  cuya ubicación geográfica era más bien pobre además de montañosa en las mismas estribaciones de los Pirineos y alejados de los grandes centros de política europeos y con una acuciante escasez de recursos, les permitió evadirse de las áreas de influencia de sus poderosos vecinos, como eran Francia y Castilla. Los objetivos de esta unión coyuntural, entre Aragón y Cataluña, eran muy inmediatos y claros, Aragón quería mantener su independencia frente a Castilla y el Principado de Cataluña promocionaba jerárquicamente al Conde de Barcelona; dicha unión llegó a sobrevivir a las consecuencias de la derrota de Muret, a las disposiciones testamentarias de Jaime I y a las de los tratados de Anagni, además de a las grandes crisis sociales y económicas bajo medievales, por lo que se demuestra la fortaleza que tuvo este proyecto político a tan largo plazo.

Los dominios de la Corona de Aragón, ubicados entre dos de las monarquías más poderosas del mundo de entonces, la castellana y la francesa, llegaron a sobrevivir a las reiteradas intenciones de reparto alentadas por la monarquía francesa. La Corona de Aragón no solo se sobrepuso a los envites de estos peligrosos vecinos, sino que, incluso, llegó a convertirse en uno de los actores más dinámicos del área mediterránea occidental, terminando imponiendo a la misma Castilla hasta sus propias directrices políticas, tras la unión dinástica entrambas, por lo menos así lo fue en un primer momento.

La descomposición política y su disgregación territorial, no llegaron a hacerse efectivos en la monarquía aragonesa, como sí ocurrió en otros reinos o estados (Navarra, Borgoña, Saboya, Flandes, ……), porque confluyeron multitud de causas que coadyuvaron a que ello no sucediera actuando como una fuerza centrípeta fortalecedora para  la unión, como los intereses de la clase mercader catalana, una nobleza ambiciosa además de codiciosa y muy aguerrida (no demasiado rica), a lo que habría que añadir  la expansión territorial, fueron algunas de ellas.

 

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La específidad de la Corona de Aragón

La monarquía destacaba por ser una estructura “compuesta” en lo territorial, habiendo recibido varios nombres por ello: Unión dinástica; Confederación; Pluralismo coordinado; Monarquía plural; ……

La temprana constitución de una monarquía limitada llegó a articular un sujeto político al que se dominó “pactismo”.  La Corona de Aragón, al igual que  Inglaterra, apelaba a los distintos parlamentos para resolver su “complejidad territorial”. La monarquía limitada tuvo que mantener una constante lucha con los estamentos (sobre todo con la nobleza), aunque dicha lucha también lo fuera limitada, porque al fin y al cabo el rey era la clave de la bóveda de todo el edificio político estamental.

La unión dinástica entre los distintos reinos que conformaban la Corona de Aragón, aunque inicialmente eran independientes entre sí, al compartir una supeditación ante un mismo monarca, le confortaba a la Casa reinante una gran estabilidad (las sucesiones se iban produciendo ininterrumpidamente dentro de la misma dinastía, desde Alfonso II a Martín I, mediados del siglo XII y principios del XV,  y aún después del Interregno por lo menos durante un siglo más), consolidando a la propia Corona de Aragón y a todos los territorios que se hallaban ligados a ella, y también, durante el Interregno, permanecieron unidos con la firme decisión de resolver juntos el problema sucesorio.

Por supuesto, que hubo tensiones dentro del territorio, pero estas no llegaron a ser de la tremenda intensidad que sí se presentaron en otros reinos medievales, donde las guerras civiles dinásticas, las sublevaciones de los hijos contra los padres, las luchas fraticidas por el poder, o revueltas de otro orden, eran las características más comunes. Fueron contados los conatos y pasaron sin mayores consecuencias, más teniendo en cuenta que una monarquía compuesta y dispersa como era la aragonesa, con unos territorios que tenían su propia personalidad y muy acusada, era, en un principio, terreno abonado para que se prodigaran los conflictos dinásticos, pero no fue así.

Una vez resuelto el Interregno mediante el Compromiso de Caspe, período que resultó ser un tanto confuso y con mucha tensión, debido a que faltaba la figura del monarca, la nueva unión dinástica (esta vez con los Trastámara) no hace más que seguir con la línea trazada por la Casa de Barcelona y llega a identificarse, profundamente, con el territorio.

La Corona de Aragón no debe de identificarse con una monarquía catalana o aragonesa ampliada, ni de que estuviera bajo la hegemonía de un determinado territorio, sino que hay que contemplarla como la suma de todos ellos, llegando a adquirir una determinada masa crítica que era necesaria para responder al unísono en la escena internacional, y, al mismo tiempo, garantizar a cada una de las oligarquías regionales una supervivencia con independencia.

Una inicial debilidad de los primeros  soberanos feudales aragoneses, desde Alfonso II (1162/1196)  hasta  Jaime I (1213/1276), frente a toda una poderosa nobleza, a la propia de la  Iglesia y ante  la nueva fuerza que estaba brotando de las ciudades, les impidió hacer una fusión –o quizá no les pareció lo más conveniente- de todos los territorios y optaron por dejarlos como meras denominaciones administrativas. De ahí que las expresiones “monarquía limitada”, “estructura regional compuesta”, “estabilidad y prestigio de la dinastía”  son factores que están estrechamente ligados. Las conquistas de Mallorca y Valencia, en el siglo XIII, hubieran podido ser momentos adecuados para fusionar todos los reinos, pero el monarca no tenía el poder suficiente; además, los territorios fueron adquiriendo su propia personalidad jurídica al ir promulgándose los respectivos códigos legislativos, que se recopilaron y aprobaron en un corto período de tiempo (Aragón en 1247, Valencia en 1250, y el Principado de Cataluña en 1251 con la compilación de los Usatges).

Ante la complejidad de la estructura político-institucional que se había formalizado y que limitaba su poder,  los reyes aragoneses, ya fuera por convicción o por obligación, se vieron forzados a ir perfeccionando unos engranajes que les permitiera desentrañar todos los entresijos y ejercer su autoridad con singular maestría. Debían desenvolverse con soltura en los intricados mecanismos legales y políticos de sus nuevos dominios, insistiendo, siempre, tanto el monarca como sus hijos, en la necesidad de respetar los fueros y leyes de la tierra y sus costumbres, si bien con una interpretación favorable hacia la autoridad de la Corona, lo que, por otra parte, resultaba natural.

La espina dorsal de la Corona de Aragón fueron sus propios reyes, pues eran ellos los que con su  Casa y sus oficiales configuraron la historia de esta formación política, hasta el punto de darle el nombre con el que se le conoce hoy, ya que los territorios carecían de uno propio para denominarlos en conjunto y sólo lo hacen relacionándolo con su sumisión al rey de Aragón.

A pesar de sus limitaciones legales, a pesar de todos los reveses y toda clase de dificultades que pudieran surgir, a pesar de las resistencias que intentaban imponer las clases privilegiadas y de los conflictos armados o sublevaciones habidas, que, como ya ha quedado dicho, eran inferiores a las que tuvieron que enfrentarse otras monarquías y de un alcance mucho menor, la monarquía siempre estaba en el centro del juego político, siendo, además, la instancia dominante de la situación.

De todos los percances sufridos llegó a sobrevivir, y, de cada crisis, la Corona salía más robustecida (a modo de ejemplo: la derrota de “Muret” (1213); las guerras de la Unión (1347-1348); la invasión castellana en tiempos de Pedro I El Cruel (1365-1369) llamada también la guerra de los Pedros –Pedro I de Castilla, Pedro IV de Aragón-; el Interregno (1410-1412); la derrota de “Ponza” (1435), la guerra civil catalana (1462-1472).

 

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Una monarquía compuesta, como respuesta a los problemas

 Los soberanos aragoneses, que no disfrutaban de unas grandes rentas ni usufructos ni tampoco de tesoros, eran de los más pobres dentro del mundo medieval. La Corona de Aragón, era una monarquía pobre y limitada, obligada a pactar constantemente con los distintos estamentos, lo cual, en un principio, nos puede llevar al apercibimiento de ser una rémora para desempeñar su acción política, dependiendo en exceso de la voluntad de sus súbditos y a una falta de rentas para poder competir en condiciones con los otros monarcas.

Como potencia geográfica, económica y militar, quedó muchas veces puesto de manifiesto la inferioridad de la monarquía aragonesa; pero, no obstante, dicha deficiencia, gracias a su superioridad política, quedó de sobras neutralizada. La cohesión de todos los territorios en torno a su rey era extremadamente fuerte, frente a las divergencias o desuniones que se suscitaban en otras monarquías. Sus dificultades financieras y políticas fueron muy grandes, pero las de sus vecinos y enemigos lo fueron aún más; la estructura hacendística, que hoy en día parece arcaica, lenta y hasta poco productiva, obligaba a los distintos estamentos a una continua negociación para conseguir una adecuada financiación y crédito.

Las monarquías vecinas y, a su vez, enemigas de la Corona de Aragón, cuando carecían de problemas internos, tenían una buena capacidad para generar y movilizar grandes recursos, al poseer unos dominios mucho más extensos además de poblados, gozando de unas estructuras políticas y administrativas mucho más vigorosas con el añadido de hallarse en zonas geográficas más ricas y/o centrales de la economía europea de la época. Sin embargo, en conflictos de larga duración, mantener el orden interno en una sociedad como la feudal durante mucho tiempo no era tarea fácil, ni tan siquiera para unos reyes tan poderosos como los de Francia, Inglaterra o Castilla.

La contraposición a todo lo anterior, fue la estructura compuesta de la monarquía aragonesa, una de las claves de su supervivencia, a pesar de que sus territorios se hallaban disgregados, combinada a su vez con los diversos niveles que existían (ya fueran los centrales, los regionales o los locales). La estructura compuesta  se adaptaba mucho mejor a las circunstancias sociales bajo medievales y a la organización feudal imperante en las monarquías unitarias que por aquel entonces daban sus primeros pasos.

Las asambleas parlamentarias se celebraron desde muy tempranos tiempos en los dominios de la Corona, precisamente por la debilidad y limitación de sus monarcas y de la consolidación institucional de los reinos que gobernaban. Las Cortes se venían reuniendo de manera periódica desde 1218 en Cataluña, desde 1236 en Aragón, y desde 1261 en Valencia. El dominio aragonés en los territorios de Cerdeña, Sicilia o Nápoles, precisamente se inició con la convocatoria de esta institución, la cual parecía consustancial a la organización de la monarquía aragonesa, aunque no la tenían en exclusiva. La Iglesia y la nobleza, fueron unos estamentos muy interesados y activos en las sesiones y prácticas parlamentarias, a diferencia de lo que ocurría en otras monarquías, como la castellana, por ejemplo.

La propia limitación de los poderes, vino a acelerar la institucionalización de la monarquía, al vertebrar toda una articulación política de la sociedad mediante un entramado institucional muy ligado a los reyes y establecer unos adecuados mecanismos de consenso y participación política de las oligarquías.

Cuando el soberano quería asegurarse la colaboración de sus súbditos hacía una convocatoria a Cortes, inicialmente concebidas como instrumentos de una monarquía limitada de hecho, y quizá no tanto de derecho, de modo que aquellas asambleas, en aquel mundo rudimentario de mecanismos para ejercer unos efectivos poderes, llegaron a constituirse en unos eficaces instrumentos al servicio del poder del rey.

La estructura político-jurídica-administrativa compuesta, que podríamos denominar como “federal”, se caracterizaba por su flexibilidad frente a las rigideces de las coetáneas e incipientes monarquías de carácter unitario. En estas monarquías unitarias, cuando un conflicto llegaba a afectar al centro de su sistema político, se llegaban a producir hundimientos o colapsos, de los que estuvo libre la Corona de Aragón dada su estructura.

Por su peculiaridad “pactista”, a la Corona de Aragón le  llegaron a catalogar a su modelo como de débil Estado,  frente a los conceptos absolutistas de las monarquías autoritarias; pero, el monarca aragonés poseía una gran capacidad para hacerse escuchar y obedecer en cualquiera de los puntos de sus dominios, muy superior a la de otros reyes, como el de Castilla, por ejemplo. A pesar de la reducida extensión de los ámbitos reales aragoneses frene a los estados de la Iglesia y de la nobleza; a pesar de su autoridad mediata en gran parte del territorio;  se ha discutido sobre la mayor potencia de un “poder suave” (aunque no blando ni débil),  basado en la negociación y el pacto, sobre un “poder duro”, fundamentado en el autoritarismo y con menor apoyo social, cuyos efectos, en un principio, pueden tener una mayor inmediatez e intensidad, pero a la larga son menos duraderos. (Sicilia prefirió el “poder suave” de los lejanos reyes aragoneses al “poder duro” del rey francés en su propia tierra).

Puede resultar incomprensible o muy difícil de comprender, si la historia de la Corona de Aragón no llega a contemplarse desde una perspectiva territorial, porque cada uno de sus dominios tiene sus propias dinámicas sociales y sus estructuras institucionales, pero también lo es si se analiza sólo desde cada uno de ellos.

Su poder radicaba precisamente en su capacidad en términos como:

  • Tener una visión generalizada de su complejidad, con una predisposición a la movilización de todo tipo de recursos y desde cualquier lugar allá donde se necesitasen. De poseer una parcial visión, en los términos políticos, culturales, sociales o territoriales, las movilizaciones de recursos hubieran tenido una menor distribución.
  • Las administraciones hacendísticas regionales de la monarquía, no pudieron nunca constituir un sistema autónomo de gestión.
  • Mantener una fluidez en las relaciones con los órganos centrales de la Corona, sobre todo con la Tesorería general, que era donde se fraguaba la política financiera y patrimonial, y que tan sólo se hallaba supeditada a las negociaciones, así como presiones sufridas, de las fuerzas sociales locales.
  • En las haciendas de los distintos reinos también ocurrió algo parecido en el fondo. Los continuos requerimientos del monarca fueron la primera entre las causas del desarreglo financiero de las administraciones regionales y municipales, además de contribuir a su corrupción.

El rey, pues, era la única instancia de poder, junto con la Iglesia, que estaba presente, en persona o representado por sus lugartenientes generales u otros grandes oficiales, en todos y cada uno de los territorios, siendo el único que podía movilizar recursos en unos u otros o en todos simultáneamente. Solo el monarca (y el papa, en otro orden de cosas) podía actuar a la vez en todos los territorios, negociar con sus oligarquías, conocer sus necesidades e intervenir en la justicia y en la legislación. Es también quién dirige la común acción exterior, la defensa del  reino y encarna a la comunidad política frente a otros soberanos.

El monarca, en persona, podía llegar a residir en cualquiera de los territorios de la Corona, sin que por eso llegara a perder su poder ni sus preeminencias.

Menos en las relaciones económicas y sociales, en la Corona de Aragón no llegó a existir una nitidez en su dinámica política territorial centro/periferia, sobre todo a partir de la conquista del reino de Valencia, que sirvió para consolidar los comunes intereses de aragoneses y catalanes, demostrando las ventajas de una relación interna fuerte y cohesionada.

El conjunto de la Corona nunca estuvo sometido a un determinado territorio, aun cuando los reyes pudieran sentir predilección por unos dominios u otros, o incluso reclutar para su personal de confianza y de su propia Casa a los naturales de uno u otro sitio, según sus gustos, o bien las propias élites de un reino pudieran sentirse más o menos atraídas por servir en la corte real, según sus particulares intereses y según las épocas. Por lo general, se respetó el principio de que los oficios de los reinos quedaran reservados a los naturales, no existiendo, en consecuencia, una clara capitalidad política (al estilo de otras monarquías), salvo en el período final del reinado de Alfonso V, El Magnánimo, durante su estancia en Nápoles, lo cual, por otra parte, quería evidenciar que, en efecto, la Corona no necesitaba de un determinado centro territorial consolidado y necesario, pues, más aún que el centro del poder había que considerar al rey y a toda su Corte.

Como es natural, las fuerzas centrífugas y centrípetas actuaron sobremanera en todos los niveles y sobre todos los actores que componían la estructura compuesta  o “federal” (en las administraciones fiscales y de justicia, en la política eclesiástica, en las relaciones con la nobleza, la Iglesia o el poder naciente de las ciudades, …..), pero una adecuada compensación de las unas por las otras, con variaciones según épocas o materias concretas, consiguió la adaptabilidad de este peculiar sistema político a la variable social y económica, combinando los intereses de las oligarquías locales y regionales de los territorios con las necesidades unitarias de la política exterior y de las acciones militares, que estaban monopolizadas por el rey.

El consenso de los distintos estamentos con el rey, llegó a cristalizar y a rehacerse constantemente desde mediados del siglo XIV mediante la aprobación de ayudas y subsidios en Cortes, cubiertos mediante la emisión de deuda pública, consignada sobre los impuestos indirectos, desviando en beneficio propio buena parte del esfuerzo fiscal de la población.

Comparando la evolución de la Corona de Aragón con otras monarquías europeas, podemos encontrar muchos paralelismos, tales como: la fiscalidad, las relaciones sociales, la evolución económica, el desarrollo institucional, los procesos de control o limitación de la monarquía por los parlamentos, las relaciones rey-burguesía, etc. No obstante, también hay que resaltar sus peculiaridades: un mayor desarrollo de la administración territorial de la Corona, producto de una monarquía limitada (conflictos con los estamentos y una sociedad política más compleja, fruto de unos procesos de creación motivados por la agregación de territorios más que por asimilación).

La monarquía aragonesa no fue ni “plural” ni “federal”, ni tampoco “federal” o “confederal”, puesto que el poder central  no era el resultado de la suma de los poderes de los estados miembros, en tanto que estos no llegaron a participar en la toma de decisiones a nivel global. Tampoco hubo un trasvase de soberanía de los miembros a favor del poder central, pues en este caso la soberanía no residía en los territorios, sino en el rey, que es el único para toda la Corona y cuyo poder deriva de Dios y de su derecho de conquista.

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La complejidad y sus consecuencias resultantes

Con la consolidación de la monarquía compuesta, como cada territorio tenía su propia organización política y su propia dinámica social, su estructura “federal” o “confederal” dificultó el trasvase de problemas y que pasaran de unos a otros, resultando un eficaz cortafuegos para evitar la propagación de conflictos entre los miembros de la Corona. Esta compleja organización política también permitía a los reyes disponer de unos eficaces contrapesos en sus relaciones con las diferentes oligarquías y tener amplios márgenes de maniobra en las negociaciones con ellas. El monarca y sus consejeros eran prácticamente los únicos que tenían una visión global de los acontecimientos que acaecían en toda la Corona y de la situación internacional o de las relaciones con el Papado, así como del curso de las negociaciones, ya fueran públicas o secretas, con otros actores, lo que le permitía una mayor maniobrabilidad frente a la red de recursos y a las visiones parciales que podían tener las distintas élites en sus territorios.

Obligados por su monarquía limitada, las circunstancias forzaron a los reyes a actuar de forma pragmática y, normalmente, poco dogmática. Los monarcas apuraban al máximo su poder limitado y sacaban más partido de él que otros soberanos absolutistas con todo el poder que ello les confortaba.

Actuar pragmáticamente suponía adaptar a la realidad los principios ideológicos romanistas de la superioridad del rey y la potestad absoluta que inspiraban sus actuaciones, las cuales tenían un objetivo inmediato, claro y distinto: salvaguardar y perpetuar la Casa real en el trono de Aragón. Una actuación de este tipo, de carácter pragmático, que se utilizaba para el mantenimiento de equilibrios muy difíciles entre las partes, necesitaba de unos conocimientos adecuados sobre la realidad de los territorios, lo cual se conseguía mediante un flujo de información constante y de total disponibilidad, pues, de otro modo, las decisiones del poder podrían haber tomado una dirección inadecuada, lo cual solía ocurrir cuando las comunicaciones no eran fluidas o había dificultades en ellas.

El pragmatismo de los monarcas, y las actuaciones casuísticas a las que se veían obligados por los márgenes de maniobra que disponían, llegan a explicar las proyecciones que adquieren en la Corona de Aragón, el carácter y la personalidad de sus reyes (y de sus esposas), así como la importancia que se dio a la formación de los príncipes herederos, quienes desempeñaban puestos importantes en la organización estatal. El heredero, debía tener la posibilidad de adquirir unas experiencias de gran utilidad para cuando fuera entronizado.

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La Corte como mercado o “la gestión de la complejidad”

La dimensión de los conflictos a los que los monarcas tuvieron que hacer frente, habría que valorarlo desde su punto de vista, teniendo en cuenta toda la complejidad existente para con todo el conjunto de los reinos bajo su mandato, y no desde la conceptuación que pudieran tener las autoridades o las fuerzas locales o regionales de los mismos.

Gestionar una estructura compuesta como era la de esta monarquía, conllevaba una complejidad extrema, bajo la percepción de una visión global y poder tener gran capacidad de actuación ante una cambiante realidad. Ninguna otra instancia política de la Corona podía competir al respecto.

Era la ambigüedad la principal característica de la Corona de Aragón, fruto de su complejidad y de la casuística, siempre mutante, que presidía las relaciones entre los soberanos y los estamentos privilegiados, pues es difícil concretar si la monarquía limitada o si los estamentos apenas contaban, si el sistema podía ser pactista, constitucionalista o autoritario, si el monarca infringía las leyes o se apoyaba en ellas, …..; de ahí la irreductibilidad de la estructura política de la Corona de Aragón a un único principio rector, como el pactismo, por ejemplo.

La mutabilidad, la ambigüedad y la complejidad en las relaciones políticas, eran circunstancias que facilitaban el papel arbitral de la monarquía entre las distintas clases y sus correspondientes grupos sociales, lo cual le proporcionaba una posición privilegiada para poder sacar partido, pese a las limitaciones de tipo legal que pudieran objetarse a su poder.

El rey es fuente de derecho, y así se predica en cada uno de los territorios que están bajo su mandato, por lo que la promulgación de privilegios y de leyes en cada uno de ellos depende de la voluntad del monarca, y de su sanción en última instancia, pues caso contrario no son válidos. (Pere Belluga, abogado Valenciano al servicio de El Magnánimo, dijo lo siguiente: “…… el poder del rey no procede del pueblo ni del emperador, sino de su derecho de conquista, lo que le convierte en administrador de la justicia por voluntad divina, porque de las fauces del enemigo arrancó sus reinos” ).

El rey, en su Corte, mantenía con sus vasallos una negociación continua, ya que sus márgenes de maniobra se ampliaban en la medida que se contrapesaban las reticencias de unos con los apoyos de los contrarios, por encima incluso de las disposiciones legales que limitaban su poder, y que se hallaban recogidas en las constituciones, usos, fueros y privilegios. De ahí pues, la fama que obtuvieron los monarcas de maniobreros e intrigantes, que se acrecentaban en la medida en que los desafíos políticos eran más grandes, como los de Jaime II, Pedro IV, Alfonso V o Juan II.

 

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BIBLIOGRAFÍA:

  • LÓPEZ RODRÍGUEZ, Carlos. 2008. Monarquía, Iglesia y Nobleza en la Corona de Aragón o la “gestión de la complejidad”. La Corona de Aragón en el Centro de su Historia (1208-1458) – La Monarquía Aragonesa y los Reinos de la Corona, p.p. 14-42.

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Santiago Noguero Mur – Septiembre 2014

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