Los pozos de nieve y hielo

Recientemente, he tenido la oportunidad de leer el Libro-Catálogo y Documental de “Los Pozos de Nieve y Hielo en el Alto Aragón” , escrito por Pedro A. Ayuso Vivar y editado por el Instituto de Estudios Altoaragoneses. La lectura de este trabajo recopilatorio  y expositivo ha resultado ser muy interesante animándome a profundizar en el tema.

La labor realizada, por los investigadores de este tema,  habrá sido ardua y muy trabajosa en cuanto a la obtención de datos y las  búsquedas y localizaciones sobre el terreno  de las  propias construcciones, en algunos casos habrán sido bastante fatigosas y exasperantes, ya fuere por la quebrada orografía, la exuberante vegetación que todo lo invade y absorbe o por la infatigable erosión que todo lo desgasta.

Normalmente, cuando te topas con alguna de estas edificaciones, ya sea en los altos montes o en las zonas urbanas, no te paras a pensar sobre toda la historia que pudieran llevar acumuladas o lo que pudieran haber podido llegar a suponer o representar para la población  en pretéritas épocas y en otras no tan alejadas en el tiempo. A partir de ahora, cuando vuelva a encontrarme o visite alguna de estas construcciones, por supuesto que me las miraré de otra manera, más pensando en la importancia que llegaron a tener en aspectos terapéuticos o alimentarios.

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Un poco de historia sobre el consumo de la nieve y el hielo  

Tiene superpuesta una edificación de ladrillo, a modo de pajar.
Graus. Pozo del hielo. Tiene superpuesta una edificación de ladrillo, a modo de pajar.

Tendríamos que remontarnos a las culturas mesopotámicas, para conocer los primeros usos de la nieve o el hielo para refrescar, la cercanía de los Montes Zagros contribuyó a ello. El uso de la nieve como elemento de conservación y para el enfriamiento de las bebidas en los centros urbanos del Próximo Oriente, se fue extendiendo geográficamente y, en el transcurso del tiempo, ya en épocas de la antigüedad clásica grecorromana, se generalizó su utilización en todo el área mediterránea.

En la Península Ibérica, así como también en el resto del occidente europeo, hay que entender el aprovechamiento y consumo de la nieve en dos etapas bien definidas: en primer lugar, tenemos el uso que se le llegó a dar por los romanos y como fue decayendo su consumo a medida que éstos fueron perdiendo protagonismo en nuestra geografía; posteriormente,  y ya en un segundo lugar, durante la Edad Media el uso cotidiano de la nieve llegó prácticamente a extinguirse hasta hacerse testimonial en la Europa cristianizada, mientras los árabes sí seguían empleándola.

Hasta bien entrado el siglo XVI, la confrontación entre las corrientes médicas de la época sobre el uso de la nieve era muy frecuente; había quienes, como la galénica,  eran partidarios de su utilización con predominio en el mundo musulmán; y,  como contraposición, los partidarios de la tradición hipocrática  se oponían a su uso terapéutico. Al final, su uso y difusión llegó a imponerse como un elemento más para atajar o paliar las enfermedades.

El renacer del gusto por la nieve y por el hielo, no debemos contemplarlo únicamente desde el aspecto médico, sino desde una mayor ampliación de miras y sin llegar a centrarnos en la creciente popularización que tuvo su uso a partir del siglo XVI, también hay que considerar el hecho de que el Renacimiento estuviera en su apogeo, con el despertar de las ciencias modernas, el humanismo o el neoplatonismo, la importancia que iban adquiriendo las ciudades con el consiguiente incremento de la actividad mercantil y artesanal, el manejo de la imprenta y su proliferación con la consiguiente divulgación del saber, el gusto por la antigüedad, el descenso global de las temperaturas (“La Pequeña Edad Glacial”, con incremento del frío, inviernos más gélidos y veranos más calurosos), etc. Todo este cúmulo de circunstancias, sirvieron para relanzar su consumo.

Desde épocas muy remotas, la nieve y el hielo siempre tuvieron aplicaciones terapéuticas; se usaron para combatir las epidemias de cólera, sirvieron de ayuda para la detención de hemorragias, como sedantes, como analgésicos en traumatismos, para los esguinces y las fracturas, etc. Avicena, médico-filósofo y científico persa, y Averroes, médico-filósofo andalusí, en los siglos XI y XII, respectivamente, ya relataban en sus textos la conveniencia de consumir nieve con fines médicos.

Las aplicaciones de la nieve y el hielo, además de para asuntos terapéuticos, se hicieron también extensivas a la elaboración de helados y  sorbetes, y se utilizaron para la conservación de alimentos.

 

El comercio de la nieve

Graus. Pozo del hielo. Túnel de acceso a su interior
Graus. Pozo del hielo. Túnel de acceso a su interior

 Disponer de nieve y hielo durante los meses más calurosos para refrescar bebidas y conservar  alimentos, además de para  usos  terapéuticos, resultó ser toda una necesidad, generándose a su alrededor una industria que llegó a ser hasta tradicional, creando puestos de trabajo y contribuyendo al desarrollo de todo un entramado comercial, para acabar dejándonos al final  todo “un patrimonio industrial de la nieve”.

A comienzos de la Edad Moderna, eclosiona el consumo de la nieve y el hielo; en el siglo XVI se populariza su uso siendo las clases elevadas (la realeza, el clero y la nobleza) las que contribuyen a su expansión, lo que crea un desarrollo del comercio en toda Europa,  y que perdura hasta finales del siglo XIX y primeras décadas del XX, coincidiendo con la  incipiente competencia industrial de producción de hielo. En España, el consumo se hizo masivo a partir del siglo XVI, lo que obliga a la construcción de los pozos neveros  y se convierte en artículo de primera necesidad, siendo los siglos XVII y XVIII los de su mayor apogeo.

El abastecimiento local del producto se convirtió en un obligatorio servicio público, estimándose como un servicio común más, al igual que lo pudieran ser los molinos, los hornos de pan, los pósitos o las carnecerías. Era inexcusable su suministro, con obligación de su venta al público en general y con la necesidad de cumplir un servicio social para con los enfermos de los hospitales y los menesterosos.

La evolución de la imprenta y su imparable avance, ayuda a que proliferen todo tipo de escritos y tratados que publicitan diversidad de opiniones, las cuales llegan, incluso, a generar controversias respecto al uso y consumo del producto; fundamentales resultaron ser las publicaciones médicas respecto a la importancia de la nieve a partir de entonces. Tal fue su aceptación entre la población, que los concejos, los ayuntamientos, el clero e incluso algunos particulares de la clase pudiente, se vieron en la necesidad de implicarse en el negocio, despertando su comercio un gran interés. El Estado,  ante el incremento de su demanda, también quiso meter baza en el negocio implantando nuevos impuestos que aumentarán las arcas públicas.

 

La ubicación de los pozos neveros

Calasanz. Pozo de hielo. Agujero de entrada cenital
Calasanz. Pozo del hielo. Agujero cenital, por el cual se vertía el producto para el empozado

Las “neveras”, término que se utilizaba para definir cualquier tipo de depósito dedicado a almacenar la nieve o el hielo, se dividían en dos clases: “de abastecimiento o de montaña” y “de producción o urbanas”. Las “de abastecimiento”  se hallaban situadas en las zonas elevadas de los montes y, dependiendo de las características orográficas de la zona, su altitud podía oscilar entre los 1000 y los 1800 metros; en cuanto a las “de producción” se construían en zonas urbanas o en sus cercanías y su utilidad podía ser variada, o bien tenían la función de guardar la nieve que provenía de los pozos “de abastecimiento o de montaña” o se usaban para la fabricación de hielo y conservarlo.

Por lo general, la ubicación de los pozos “de abastecimiento”, estaban orientados al norte, siempre buscando el mayor resguardo de las horas de sol, aunque también los había con orientación sur y algunos otros incluso no la  llegaban a tener muy definida, ya que se buscaba un aprovechamiento natural, en la medida de lo posible (en los collados, en las vaguadas, o bajo la protección de los roquedos, etc.), además, siempre se procuraba buscar unos emplazamientos que fueran frescos y sombríos con buen drenaje, y, a ser posible, no muy alejados de penillanuras que facilitaran la recolección de la nieve.

Las “neveras” también podían llegar a situarse en lugares estratégicos de paso, cuya finalidad era suministrar a los arrieros fundamentalmente hielo, para la conservación del pescado fresco u otros alimentos perecederos que transportaran hacia el interior de la península.  En el Más del Caubet, T.M. de La Cerollera, provincia de Teruel, tenemos un caso de estos, pues desde allí se  controlaba dos importantes vías de comunicación que unían la costa con las tierras interiores del Valle del Ebro.

Se desconoce el número total de pozos que pudieran existir a nivel nacional, no hay un inventario al respecto; en Aragón, no obstante, se supone podrían estar en un una cifra cercana a los 500, y en la provincia de Huesca, hace unos pocos años, ya se tenían  censados unos 130.

Muchos pozos han desaparecido, son solo “recuerdos” y pudiera ser que, en algún que otro caso, incluso ni eso, habiendo caído en el olvido de los tiempos, ya que es tarea   imposible encontrar a personas que hayan trabajo en esta actividad y que puedan rememorarlo. Muchas veces, la información de que se dispone es secundaria, es decir, de segunda o tercera mano; a lo sumo, incluso los actuales interlocutores, que ya son todos unos ancianos, podrían haber contribuido a su destrucción, pues, en el caso de “los de montaña”, al irse arruinando las edificaciones en desuso  con el paso del tiempo resultarían hasta incluso peligrosas para el ganado en su pacer libre por el monte. En cuanto a los de carácter “urbano o de producción”, muchos han sido destruidos y aprovechados sus materiales para otras construcciones, otros han sido reconvertidos en bodegas o pajares y los más han sido absorbidos por el propio desarrollo y expansión urbanística de las poblaciones. Aquellos que sí se han podido recuperar se utilizan para usos turísticos o como centros de interpretación, y  han llegado a convertirse en símbolos monumentales de las localidades.

No es muy prolija la información que existe sobre estos “neveros”, y la que se puede obtener se consigue a través de los Archivos Municipales o Provinciales y de los Diocesanos.

En algunos lugares solo quedan restos y en otros se conoce su posible existencia gracias a transmisiones orales o porque han sido citados  en vetustos documentos. Todavía hay poblaciones que denominan alguna de sus calles como “Camino o Calle de la Nevera”  y la toponimia de las partidas de un término municipal pueden ayudar a recordar al menos su existencia (partida de “La Nevera” , por ejemplo).

Encomiable es la labor de los investigadores, que se dedican a buscar, indagar, recopilar y catalogar datos para proceder a su difusión sobre este tan interesante bien patrimonial.

 

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Calasanz. Pozo de hielo. Puerta de acceso al mismo.

Construcción de las neveras

Hasta la construcción de los pozos, la recolección de la nieve más o menos organizada, se solía realizar en las oquedades o ventisqueros naturales e incluso en  cuevas, donde, de forma natural, se iba acumulando. El problema se suscitaba cuando, en las estaciones estivales, se producía el desabastecimiento del producto por el aumento de las temperaturas, que impedían su conservación natural. La fabricación de los pozos era, por lo tanto, la solución para el mantenimiento del producto durante la mayor parte del año en espera de que se produjeran las siguientes nevadas.

Su construcción se hacía siempre en posiciones elevadas y  al borde de terraplenes para hacer posible una adecuada evacuación de las aguas por los canales de drenaje, con un buen albollón que facilitara el desagüe.

Prácticamente, en toda la Península Ibérica e incluso en el entorno de toda la  cuenca mediterránea, la morfología de los pozos neveros era muy similar; la mayor parte son circulares u ovalados, pudiendo ser los de hielo hasta incluso cuadrados o rectangulares además de formas redondeadas. Su profundidad y volumen, oscilaban dependiendo de las características del terreno y de las condiciones climáticas de la zona, así como de las cantidades de producto que se quería almacenar en su interior.

Los pozos “de abastecimiento o de montaña”, se edificaban normalmente con piedra seca  y sin labrar (mampuesto), utilizando a veces el sillarejo. Normalmente, sus cubiertas eran de tablones, ramas, losas e incluso tierra y barro, aunque también los hay que se han cerrado mediante bóvedas por aproximación de hiladas.

En lo que respecta a los pozos “de producción o urbanos”, acostumbran a ser magníficos trabajos de cantería, elaborados por artesanos de la piedra con sillares perfectamente labrados y unidos con argamasa , y en algún caso, incluso sus paredes internas han sido enlucidas con masas de cal y arena. El cerramiento de estos pozos urbanos se hacía mediante bóvedas, bien mediante aproximación de hiladas o por arcos de piedra o ladrillo. La función de estas neveras urbanas era o bien guardar la nieve bajada de los pozos “de abastecimiento o de montaña”  hasta proceder a su venta, o bien la de fabricar hielo y conservarlo, lo cual se conseguía almacenando agua en unas balsas poco profundas cercanas a ellas, que se habían construido para dicho fin; debían hallarse en zonas cercanas a corrientes de agua como ríos, acequias, barrancos o fuentes, para así poder llenar las balsas fácilmente y producir hielo aprovechando las bajas temperaturas invernales.

Aparte de los desagües de fondo, de tamaños diversos que pueden oscilar desde los 30 cms. hasta ser una puerta por la que se puede acceder a su interior, los pozos disponen a veces de túneles o accesos a media altura, en las intersecciones de las bóvedas o en el comienzo de los vasos del mismos. Normalmente, sobre todo los urbanos, tienen una apertura cenital en su bóveda que utilizaban para verter la nieve o el hielo.

Se requería un mantenimiento constante en la conservación de los pozos, ya que las humedades, las temperaturas bajas del interior y el almacenaje del propio producto producían graves desperfectos en su infraestructura y desgaste en los materiales usados.

 

Manipulación del producto, nieve o hielo

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Pozo del hielo. Benabarre

Por lo general, el llenado de los pozos comenzaba en el mes de enero. El acopio de la nieve era penoso y no exento de peligro, se hacía en la época más fría e inestable atmosféricamente del año,  en condiciones extremas y agravado por la lejanía y altitud en el caso de “los de abastecimiento” .

En el empozado, procuraban hacer un relleno lo más compacto posible, que no apoyara directamente sobre el suelo sino que lo asentaban sobre una masa de ramas de boj, las cuales, a su vez, se soportarían sobre unos travesaños a modo de emparrillado para facilitar el paso del agua derretida a través del arbellón. Se utilizaba paja para ir separando la nieve o el hielo, bien compactados ellos, cada 30 o 40 cms., y funcionaba a modo de aislante entre las distintas capas que se iban formando así como de las paredes laterales del recinto, lo que permitía un adecuado posterior troceado para su manipulación o transporte.

Se procuraba, que el acarreo del producto para su transporte, fuera siempre nocturno para no tener mermas, evitando las altas temperaturas sobre todo en los meses estivales. La calidad de la nieve tenía que ser siempre buena, pues era uno de los requisitos que se imponía a los arrendadores por parte de las autoridades.

 

Contratos de arrendamiento, transporte y obligaciones

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Pozo del hielo en Benabarre. Desagüe de fondo
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Pozo del hielo en Benabarre. Apertura cenital y acceso a media altura

 

Al considerarse el comercio de la nieve o del hielo como un servicio obligatorio municipal y de interés general, los concejos, los ayuntamientos e incluso las cofradías religiosas intervenían en el mismo, en evitación de abusos en los suministros o en los precios de venta.  La venta del producto estaba protegida; nadie, salvo el arrendador, podía venderla en localidad y los precios para los forasteros eran más elevados que para el vecindario.

Los arrendamientos de los pozos salían a subasta pública, y eran los propios concejos o ayuntamientos quienes, en un principio,  proporcionaban los pozos bien preparados e inclusive, en ocasiones, llegaban a adelantar dinero para pagar jornales de las labores de recogida y empozado.

A pesar del escaso soporte documental existente, pues gran parte de los archivos municipales o eclesiásticos desaparecieron durante la pasada guerra civil o han sido objeto de un total abandono, los expedientes de arriendo localizados aportan todo tipo de detalles, desde como se llevaban a cabo los “remates” (todo el proceso de las pujas, condiciones o “posturas” para poder llevar a cabo el abasto) hasta su adjudicación a un vecino concreto; ofrecimientos al municipio, duración en el tiempo del abasto, de dónde se iba a traer la nieve y los precios de venta, así como las posibles penas en que podrían incurrir los arrendadores si faltare el suministro nival.

El condicionado de los arrendamientos era muy largo y preciso, se procuraban atar todos los cabos, tales  como el precio, los puntos de venta, los posibles impagos, a quien o a quienes se debía suministrar el producto gratuitamente (autoridades, clero, hospitales, pobres, etc.) así como la duración de las concordias, con unos períodos de vigencia entre uno y tres años  y que incluso podían llegar hasta diez o doce las temporadas; los períodos se iniciaban desde que se producía el “remate” hasta finales de noviembre, día de San Andrés, aunque no había una uniformidad para todos los pueblos. También quedaba especificada la calidad de la nieve a suministrar, que debía de ser buena (de ahí el dicho “limpia de polvo y paja”), así como las fechas de pago del alquiler.

Una deficiente administración de la nieve o elevados consumos por encima de lo previsible, solían originar problemas de desabastecimiento, que acababan en penalizaciones a modo de multas o demandas judiciales.

Los arrendadores, y a veces sus mujeres, llegaban a comprometer sus bienes muebles y raíces a modo de garantía del servicio, y, además, en algunos casos tenían que presentar hasta fiadores.

Por los documentos que aun se conservan se puede llegar a reconstruir todos los trabajos a los que eran sometidos la nieve y el hielo; desde cuando eran cortados o troceados en las heleras construidas de ex profeso, hasta la recolección de la nieve mediante pellas; su transporte a lomos de los mulos, mediante comportas, así como su descarga en la boca de las neveras; la forma en que debía ser machacado el hielo con mazos de madera y su ajustada compactación sobre una base de ramas de boj para hacer más fácil el paso del agua derretida y conducida al desagüe. El estudio de las memorias de los gastos, ayudan a la reconstrucción y al entendimiento de las operaciones de empozado, herramientas utilizadas, jornales de los obreros, animales de carga usados, formas de colocar el producto en el interior de los pozos, y hasta lo que llegaban a comer los peones, que generalmente estaban a jornal y coste.

Su transporte, que se procuraba fuera siempre de noche, era realizado por los denominados traxineros o trajineros, y dependiendo de la lejanía de las neveras el coste podía sufrir variaciones.

Todas estas operaciones, suponían una fuente de ingresos en jornales para las familias pobres, las cuales durante el invierno no tenían trabajo en el campo; el municipio, además, también llegaba a tener un aporte moderado de caudales para las arcas públicas.

 

 Fin de la producción

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Pozo de hielo en Barbastro. La Barbacana

A finales del siglo XIX y comienzos del XX, la producción industrial del hielo se va imponiendo, los principales núcleos de población comienzan  a conocer las primeras fábricas del producto.

Además, conforme iba avanzando el siglo XIX, aparecieron unos nuevos usos para la nieve y los hielos, pues se utilizaban para la “fabricación” de “aguas compuestas”, es decir, agua de limón, leche helada, agua de cebada, etc., motivando que, la misma persona que hace o vende dichos productos, se ocupe del abasto de la nieve a la ciudad, pues necesitaba el producto para su industria, llegando a acuerdos con los gobiernos municipales para poder tener el monopolio del comercio de los refrescos y la nieve, previo pacto en cuanto a precios. Ello invita a pensar que las principales fuentes de ingresos de estos personajes, llamados “aloxeros” o “botixeros”, son las ventas de sus bebidas heladas, lo que dio lugar a que el comercio de la nieve como tal pasara a ser secundaria.

A principios del siglo XX, la imagen de los “porteadores de nieve o de las piedras de hielo” representaba ya una actividad marginal dentro de lo que era una economía de subsistencia.

Aproximadamente, a partir de la segunda década del pasado siglo XX, dejaron de utilizarse los pozos, entrando en poco tiempo en el olvido.

Debido a una nula conservación,  la construcción de pistas forestales, los trabajos de reforestación, la erosión de los terrenos, el aumento de la vegetación, los difíciles accesos, etc.,  los pozos “de abastecimiento o de montaña”, no solo fueron degradándose sino incluso desapareciendo. En cuanto a los “de producción o urbanos”, una vez cayeron en desuso, y como ya se ha dicho anteriormente, se les llegó a dar todo tipo de utilidades, desde pajares, recintos para guardar los animales, bodegas, etc., e incluso han llegado a usarse como osarios, como así ocurre con el de la localidad de Plou (Teruel), al encontrarse dentro del recinto del nuevo cementerio. Triste final para estas edificaciones, que prestaron un gran servicio y resultaron ser de vital importancia para una sociedad que no está tan alejada en el tiempo.

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BIBLIOGRAFÍA:

  • AYUSO VIVAR, Pedro Antonio (2007): Pozos de Nieve y Hielo en el Alto Aragón. Instituto de Estudios Aragoneses.
  • PAINAUD – P. AYUSO: El comercio de la nieve en Huesca durante los siglos XV a XIX. Bolskan 11 (1994), p.p. 173-191
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  • BAYOD CAMARERO, Alberto: Las antiguas neveras – conservación, comercio y uso de la nieve. Comarca del Bajo Aragón
  • LOZANO ALLUERA, Francisco Javier: Las neveras y pozos de nieve o hielo en la Comarca de las Cuencas Mineras. La huella de las gentes. Comarca de las Cuencas Mineras.
  • SAMPEDRO FERNÁNDEZ, Andrés: Una aproximación al mundo de la nieve en Galicia. Cuadernos de etnología y etnografía de Navarra; año 31, núm. 73 (1999), p.p. 381-408
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Santiago Noguero Mur – Septiembre 2014

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